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Es hora de hablar de la guerra de la salud mental, una realidad cada vez más visible y más preocupante, que genera mucho dolor y angustia a propios y cercanos. Así finalizaba mi última columna de opinión, prometiendo dar continuidad al tema. No me he olvidado de ello porque es preocupante y me preocupa. Un tema que afecta a la sociedad en general y a muchos seres humanos, cada vez más, en particular. Seguro que si usted tiene la suerte de no vivir en primera persona o en su familia esta dura, triste y angustiosa problemática, a buen seguro que algún conocido o vecino no se libra. No podemos hablar de las personas con problemas de salud mental como si fueran unos apestados. Hemos de hablar desde el cariño, el respeto y la cercanía, conscientes de las dificultades que encierra esta realidad que parece tan irreal como desbordante. El diálogo con la salud mental implica escuchar para comprender y no para responder, porque sin comprender es imposible responder. Para dar respuesta hace falta proximidad, confianza, empatía, conexión, vínculo y, seguramente, muchas cosas más para tratar de curar o cuando menos aliviar toda la carga emocional que conlleva. Dar con la tecla no es fácil dado el abanico de infinitas variables con las que nos podemos encontrar en cada persona. Ahora bien, es justo y necesario ponernos manos a la obra por muy dura que sea la tarea, no podemos meter la cabeza debajo del ala o mirar para otro lado. La sociedad en general y nuestro sistema de salud en particular, de la mano de los servicios sociales y por qué no también desde el ámbito educativo, hemos de establecer un sistema de coordinación y trabajo en equipo que permita dar una respuesta lo más adecuada posible a este grave problema. Si los medios son pocos será necesario poner más, si quienes trabajan en este ámbito no tienen vocación para ello o están quemados quizá tengan que plantearse otra alternativa laboral.
Si el sistema no funciona quizá sea necesario mejorarlo o cambiarlo, no podemos continuar sin dar respuesta o dando respuestas cutres. No puede un paciente de psiquiatría ser recibido y atendido por un profesional al que no volverá a ver en la siguiente cita porque ha sido sustituido por otro. Y así cita tras cita. No podemos tener espacios de tratamiento con una temporalidad predeterminada sin tener en cuenta la realidad y la necesidad de cada paciente. Realmente estamos metidos en un gran laberinto donde dar con la salida adecuada es complejo, pero si no nos paramos y buscamos una respuesta entre todos, si continuamos echando balones fuera y pasando al paciente de un lugar a otro mal vamos todos y peor va a ir el paciente. Quizá las cabezas andan mal porque nuestros corazones andan peor, nos cuesta entrar en el otro y sentir al otro como algo propio, nos cuesta entender que además de ser tú y yo, somos nosotros. En fin, me duele el alma y se me parte el corazón con tanta sin razón. Estamos hablando de seres humanos, no de cualquier cosa. «La locura de una persona es la realidad de otra» (Tim Burton).
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