Despedida y cierre
Mucho de lo que somos y tenemos ha sido gracias a los que se han ido, me da igual la edad, a mi me duele decir adiós
Uno ya va cogiendo edad y perdiendo pelo, pero debajo del poco que va quedando permanecen también vivencias y recuerdos. Seguro que muchos recordarán aquella televisión en blanco y negro, que a veces se llenaba de arenillas, en la que al comienzo de la emisión aparecía «la carta de ajuste» y al final de la misma aquello de «despedida y cierre». Todos los días se repetía lo mismo dependiendo de la hora. Era la rutina diaria de la programación televisiva en la que, por aquel entonces, hacer zapping era tarea fácil, dado que solo había los dos consabidos canales UHF y VHF. Se preguntarán por qué me viene esto hoy a la mente y en consecuencia a esta columna de opinión, la respuesta es fácil y sencilla a la par que un poco triste. Aunque tal vez sea, simplemente, fruto del mal estar que me genera acompañar a familiares y amigos de fallecidos y a los propios fallecidos en la «despedida y cierre» de sus vidas. Concretamente cuando este trance de despedida final se produce en los tanatorios. Me llama poderosamente la atención la rapidez con se «despacha» a los difuntos, parece que hubiera que sacarse el muerto de encima cuánto antes, nunca mejor dicho. No digo yo que en algunos casos, bien por la guerra que dio el muerto en vida, bien por otras cuestiones familiares, que no seré yo quien juzgue, sean los supuestos dolientes quienes tengan prisa por darle el pasaporte a la eternidad al finado, entiendo que son los menos de los casos. Las prisas vienen dadas dependiendo del número de enterramientos a realizar, por la escasez de sacerdotes, porque para qué alargar más este triste momento, porque bla, bla, bla, ... o tal vez para poner de manifiesto aquello de «el muerto al hoyo y el vivo al bollo», pero no al maimón, como dice Isabel Bernardo en alguna de sus ya numerosas obras literarias.
Perdónenme, pero hace unos días, después de acudir al funeral de María Aurora, la hermana de mi buen amigo Ángel Simón, salí entre enfadado y disgustado, no es la primera vez que me pasa. Todo deprisa y corriendo. Al bueno de José María, Chema, sacerdote que ese día dirigió la «celebración de la palabra» le prometí escribir esta columna. El buen hombre se ve desbordado, su labor pastoral no es envidiable, se pasa el día despidiendo a quienes dejan este mundo y la tarea no es fácil, se lleva más bofetadas que caricias. Ahora bien, dicho todo esto, uno se pregunta qué parte de responsabilidad tenemos cada uno para que cada vez las despedidas funerarias sean más pobres y faltas de sensibilidad, ¿qué nos está pasando? No voy a entrar en el bullicio estilo ferias que muchas veces unos provocan y otros padecen. Despedir a un ser querido no es fácil y sin duda alguna cada uno verá cómo quiere hacerlo. Con total libertad, pero quienes necesitamos tiempo y espacio también tenemos derecho a ello. Mucho de lo que somos y tenemos ha sido gracias a los que se han ido, me da igual la edad, a mi me duele decir adiós. Hagamos con dignidad la despedida y cierre de nuestros seres queridos. Aunque siempre permanecerán con nosotros.