Ayer se cumplieron 20 años del día en que el Congreso autorizó a Zapatero a negociar con ETA y a partir de entonces el relato intenta justificar el indecente pacto con Bildu
Luis Heredero Ortiz de la Tabla
Domingo, 18 de mayo 2025, 05:30
El 17 de mayo de 2025 se cumplen veinte años del día en el que el Congreso de los Diputados autorizó al gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero a negociar con ETA. Lo sucedido desde aquel momento ha quedado desdibujado gracias al relato oficial sobre el final de la banda. Un relato que ha travestido de derrota lo que fue un final sucio de ETA, y que se sintetiza en la falacia del falso dilema con la que los socialistas explican su indecente pacto con Bildu. «Prefiero discutir con una formación política que estar bajo el humo de las bombas», afirmaba María Jesús Montero el pasado 16 de marzo, como si acabar con la violencia nos obligara a aceptar política y moralmente las ideas de los terroristas y su presencia en las instituciones.
«El objetivo siempre fue político». Así lo reconocía ETA en el diario nacionalista Gara, el 9 de febrero de 2012. Descartada desde el principio, según la misma fuente, «la victoria militar sobre la fuerza enemiga, algo impensable dada la absoluta desigualdad entre las partes», «cumplíamos la misión de poner las piedras que nos lleven a la resolución del conflicto … por medio de la negociación política», aseveraba el sanguinario Josu Ternera en su entrevista con Évole en 2023. Por lo tanto, la negociación con el gobierno no solo formó parte de su estrategia, sino que era en sí mismo un objetivo prioritario, un objetivo fundacional'.
Lo fue especialmente cuando Rodríguez Zapatero aceptó la «propuesta de pacificación» realizada por Otegui el 14 de noviembre de 2004, y la llevó al Congreso hace ahora veinte años. La fuerza negociadora de ETA, que dependía de su capacidad para matar, había desaparecido casi por completo gracias a la eficacia policial. También había perdido presencia en el escenario político y social tras la ilegalización de su brazo político. Además, el rechazo social a la violencia era cada vez mayor, sobre todo tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Esta situación la reflejaba El Mundo el 2 de noviembre de 2004, cuando relataba que en agosto de ese año seis dirigentes etarras enviaron a la organización una carta en la que expresaban su moral de derrota y su propuesta de abandonar la actividad terrorista, expresando la imposibilidad de «acumular fuerzas que posibiliten la negociación».
En aquel momento ETA agonizaba. Se había derribado el mito de su imbatibilidad que durante décadas parecía conducirnos necesariamente a la negociación. Este era el camino hacia su derrota, un camino que coincidía con el diseñado en el Pacto antiterrorista entre el PP y el PSOE del año 2000, y que El País elogiaba en su editorial del día siguiente a la firma del pacto, diferenciando las dos caras de la derrota: con esta respuesta «se pretende convertir la debilidad operativa de ETA en derrota política de ETA».
Sin embargo el camino se torció. Situar a ETA como interlocutor del gobierno sirvió para dar oxígeno a una banda terrorista que agonizaba. Y hacerlo en el contexto de una negociación política implicaba, además de admitir la violencia como moneda de cambio, hacer concesiones que garantizasen su éxito, entre las que destacó la legalización de Bildu gracias a la «mayoría progresista» de magistrados en el Tribunal Constitucional.
En definitiva, ETA no fue derrotada, sino que sufrió una metamorfosis para aprovechar la oportunidad que se le ofrecía justo cuando estaba al borde de la extenuación. La enérgica oposición planteada por el Partido Popular desde lo sucedido en aquella sesión parlamentaria no se correspondió con la postura adoptada tras ganar las elecciones en el año 2011. Hoy Bildu, que mantiene una evidente identificación y fascinación con ETA, sigue afianzando los importantes logros que tienen su origen en las cinco décadas de terrorismo: la aceptación del marco político independentista, la consolidación del cambio que lograron en la sociedad vasca mediante la violencia, la mejora notable de la situación de los presos de ETA, y el blanqueamiento político y moral de un proyecto, un partido y un buen número de dirigentes manchados de sangre, que además participan de la dirección del Estado gracias a Pedro Sánchez.
¿Qué hubiera sucedido si Zapatero hubiera rechazado la oferta de diálogo de ETA en el peor momento de su existencia? El que fuera ministro socialista de Interior y Justicia, y por entonces alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, contestaba tres días después a la propuesta de Otegui en un artículo publicado en La Razón titulado «Los mismos perros»: «Si, en peores condiciones, España estuvo dispuesta a soportar la barbarie, aún a costa de llorar lágrimas de sangre ante centenares de cadáveres que para siempre se quedaron en nuestra memoria, ahora menos que nunca va a tolerar que se salgan con la suya».
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