El último servicio de Cs
No hay margen para resucitar un partido de centro. El último servicio de Ciudadanos consiste en hacer mutis por el foro
Inés Arrimadas abandona la política y deja huérfanos a unos cientos de cargos de Ciudadanos que aguantaron a flote tras el hundimiento general de la formación naranja en las municipales y autonómicas. El partido fundado por Albert Rivera prestó un servicio impagable a España cuando se convirtió en látigo de los golpistas catalanes y después en alternativa de centro a la tradicional polarización entre populares y socialistas. A partir de ahí todo ha sido degenerar, hasta acabar en la intrascendencia.
Es una lástima que líderes como Ana Suárez, una de las mejores concejales que han pasado por el Ayuntamiento de Salamanca, acaben siendo desterrados a causa de los errores de los dirigentes nacionales de su partido. Nada queda de Cs, salvo los últimos aspavientos de Edmundo Bal o Francisco Igea, empeñados en mantener en alto una bandera que ya no existe. Fernando Castaño, otro concejal que dejó su marca en el Consistorio salmantino, se apunta también a esa 'operación resurrección' en la que nadie cree. El centro político tuvo su oportunidad en España pero ahora la suerte de nuestro país se juega a cara de perro entre un bando que pretende mantener el pacto Frankenstein y otro que aspira a recuperar la normalidad democrática, es decir, que gobiernen quienes quieren sacar adelante la nación y no quienes pretenden destruirla.
Igea y Bal sopesan crear una plataforma, un nuevo partido o lo que sea, para intentar de alguna manera mantener viva la llama naranja, pero no parece que vayan a encontrar ni cuadros que les sigan ni bancos que les financien. A estas alturas del partido, lo único que podrían conseguir, si sale adelante su propuesta, sería quitarle algunos miles de votos al centro derecha y dificultar el necesario relevo en La Moncloa. Llega un momento en que el mejor servicio a la patria pasa por hacer mutis por el foro.
Porque el partido se está jugando en otros escenarios. La primera piedra de toque son los pactos en municipios y autonomías, donde PP y PSOE deben redefinir sus prioridades. Los populares solo tienen a Vox como interlocutor, mientras que los socialistas están abiertos de nuevo a pactar con lo peor de cada casa, aunque Sánchez haya dado órdenes de aparentar que no quieren pactar con Bildu (ya saben, aquello de «se lo puedo repetir veinte veces, con Bildu no vamos a pactar»), aunque ya nadie le cree. Su propio 'compi' Otegui lo dice muy claro: «¿Sánchez se cree que la gente es tonta?, ¡pero si llevamos cuatro años juntos y su poder se ha sostenido por nuestro apoyo en el Congreso!».
La otra idea genial de Sánchez consiste en comparar a Alberto Núñez Feijóo con Trump, para ver si algún tonto encuentra similitudes. El mismo Luis Tudanca le ha comprado con entusiasmo la mercancía averiada y aseguraba el pasado jueves que el PP actúa de la misma forma que el ex presidente norteamericano y que por tanto los populares son una formación de extrema derecha. Viene a ser el mismo mensaje que tan buenos resultados les dio durante la reciente campaña del 28-M. Los hay que no escarmientan ni con el mayor los desastres.
Eso sí, a Sánchez hay que reconocerle una cosa: con su huida hacia adelante, ha conseguido que todos los cargos del PSOE aplastados por las urnas se hayan olvidado de pedirle cuentas y ya los tiene a todos alineados bajo la bandera del «¡que viene la derecha!», o su traducción más práctica: «¡Que nos quedamos sin mamandurria!».
Está visto que los barones y el resto de los dirigentes socialistas no le van a echar, así que habrá que darle el último empujón entre los calores de julio.