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Cuando se celebra un banquete y tras haber disfrutado los invitados a una comida opípara, los pobres acuden a la puerta del palacio para llevarse a casa las sobras con las que sobrevivir un día más. Y esto de la financiación autonómica lleva camino de ser un banquete pagado con el dinero de todos los españoles a cuya mesa se sentarán los dos invitados tradicionales, País Vasco y Navarra, más Cataluña, que se une ahora al club de los privilegiados comensales. Los tres van a llenar la andorga con jugosos fondos estatales, servidos en bandeja por Pedro Sánchez, y el resto de las autonomías tendrán que conformarse con las sobras, que serán más escasas a partir de ahora porque los invitados son más y su voracidad no tiene límites.
Decía Fernández Mañueco el pasado viernes que se niega a luchar por las sobras de las concesiones del sanchismo a sus socios separatistas y que no va a aceptar el «trágala» del Gobierno, pero al final no le quedará otra.
Por mucho frente común que hayan pactado los presidentes autonómicos del PP y por mucho que pataleen los barones regionales del PSOE, aquí quien manda es «el puto amo» y Sánchez ya ha decidido entregar a Cataluña toda la recaudación de la Hacienda en esa autonomía, porque lo necesita para seguir en el poder, y ese es el primer y único objetivo de su mandato. Los privilegios de vascos y navarros están en la Constitución, mientras que el cupo catalán resulta claramente inconstitucional, pero al final llegará Conde-Pumpido para hacer ingeniería constitucional, y todo arreglado.
El del Falcon ya contaba con que las autonomías controladas por los populares pondrían el grito en el cielo y ha intentado una maniobra para dividirlos llamándolos de uno en uno para ofrecerles las famosas sobras, migajas en comparación con la parte del león destinada a Cataluña. La jugada le ha salido mal, porque Alberto Núñez Feijóo ha convencido a sus barones de que no caigan en la trampa sanchista y van a exigir una negociación colectiva, como corresponde a un asunto que afecta a todos y donde si uno se lleva más será a costa del resto.
A Sánchez esto le importa bien poco, basta con invitarles a la reunión de las migajas y luego acusar a los presidentes autonómicos de no querer aceptar una propinilla de esos fondos que tanto necesitan. Al inquilino de La Moncloa le preocupa un poco más la rabieta de barones socialistas como Javier Lambán o Emiliano García-Page, pero tampoco es que le quiten el sueño sus críticas más o menos duras en el Comité Federal. Sánchez, como todos, sabe que Page y Lambán acostumbran a rasgarse las vestiduras hoy para volver al redil mañana. Ya ocurrió con la amnistía, con los indultos y con otras concesiones a los golpistas. Parecía que se abría un frente crítico dentro del partido, pero todo queda en un amago, en un intento de los barones de frenar la sangría de votos que supone aceptar sin más el atraco a los ciudadanos de sus autonomías.
Lo más gracioso de todo el asunto de la financiación es que el Gobierno sigue sin dar a conocer, ni a los presidentes regionales del PSOE, ni a los del PP, ni a nadie, el contenido de su acuerdo con ERC. «Nos opondremos frontalmente desde Castilla y León al acuerdo, bien sea condonación de la deuda catalana o cupo», decía Mañueco. «Es más egoísta que socialista», censuraba Page. «Es una bomba», clamaba Lambán. Pero ninguno conoce la potencia de la bomba. Se trata de un atraco cometido con nocturnidad y alevosía. Es el signo de los tiempos oscuros y delictivos que nos ha tocado en suerte desde que Sánchez llegó al poder.
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