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Las del domingo no son unas elecciones limpias, o al menos no todo lo limpias que requiere una democracia sana y robusta. Hasta hace un par de días creíamos que los defectos venían, por un lado, de la falta de verdadera libertad en el País Vasco, donde cualquiera que no sea nacionalista es perseguido socialmente y para presentarse como candidato a estos comicios se requiere un valor excepcional, y en Cataluña, donde los separatistas marginan a cualquiera que no sea de su cuerda; y por otro lado, de ese dopaje que disfruta el PSOE en forma de dádivas de Pedro Sánchez hacia los colectivos donde quiere pescar voto agradecido.
Esos eran nuestros temores hasta que se ha descubierto la trama de compra de votos en Melilla y Mojácar, que confirma el recurso desesperado de la izquierda a todas las artimañas y manejos, legales e ilegales, para impedir la victoria del centro derecha en las municipales y autonómicas. Y se nos ponen los pelos de punta pensando en qué podrán preparar Pedro Sánchez y sus compañeros bolivarianos para la campaña de las generales.
En esto de la compra de votos la organización del fraude electoral los socialistas van de la mano de Coalición por Melilla, un partido promarroquí, escindido del PSOE y aliado con el Más País de Errejón y que, según todos los indicios, cuenta con la colaboración de los servicios secretos del reino alahuí. Su objetivo último, más o menos declarado, es la anexión de las ciudades autónomas a Marruecos. Parece algo descabellado, pero desde que a Sánchez le pincharon el teléfono, las relaciones con el país vecino se han vuelto de un sospechoso que espanta. Quizás algún día sabremos qué contenía el dispositivo presidencial para que de una forma tan descarada el Gobierno se haya entregado en brazos de Mohamed VI.
Mientras esperamos noticias de ese oscuro episodio, lo que sí sabemos es que dos candidatos socialistas de Mojácar han sido detenidos por el intento de amaño de las municipales en esa bella localidad almeriense. La burda operación consistía en pagar 180 euros a personas de bajo nivel social, muchas de ellas inmigrantes en paro a los que se ofrecía también trabajo, a cambio de su voto por correo. Todo muy del siglo XIX, o muy de esos gobiernos bolivarianos del siglo XXI, gobiernos populistas de extrema izquierda que constituyen el modelo al que aspiran imitar los de Podemos y hacia el que España se encamina con paso firme de la mano del Ejecutivo sanchista, enemigo de la separación de poderes y abonado a la utilización espuria de todos los resortes del Estado en favor de la causa.
A la falta de libertad en algunos territorios, el intento de compra de votos mediante todo tipo de subvenciones y prebendas a jóvenes y ancianos con dinero público y a la compra efectiva de votos en algunas localidades, hay que añadir la persecución, las campañas de difamación y las agresiones producidas durante la campaña a candidatos, familiares y sedes del PP y de Vox, protagonizadas siempre por esa extrema izquierda que ve cercano el final de su estancia en los cielos del poder y que se resiste por todos los medios a perder la mamandurria de los ministerios, las consejerías y los ayuntamientos.
En Salamanca, toquemos madera, la campaña está siendo tan limpia como aburrida. Lo único que podría falsear el resultado es que haya un porcentaje de votantes que se deje camelar por las dádivas del Gobierno sanchista, aunque la inmensa mayoría de los salmantinos no son tan tontos como para creer en las promesas del pasajero del Falcon. En todo caso, el domingo saldremos de dudas.
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