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Un día, tras estas elecciones que se acercan, se despertará el hombre que aún tiene pesadillas con aquella mañana en que siendo un niño iba de la mano de su padre al colegio cuando se acercó por detrás un desalmado que le disparó un tiro en la sien antes de emprender la huida dejando al chaval llorando y gritando mientras veía agonizar a su padre sobre un charco de sangre.
Y leerá en un periódico o verá por televisión que aquel indeseable que tan cobardemente asesinó a su padre, de pronto está sonriendo en el salón de plenos del ayuntamiento de la ciudad mientras jura su nuevo cargo en el ayuntamiento de la localidad.
Por difícil que sea, pongámonos un ratito en la cabeza de aquel niño, hoy un hombre. O en la de su madre, una viuda que se vio obligada a tirar para adelante para salvar ese hogar destrozado por una banda de malvados que celebraron con champán el asesinato de su marido, terroristas sanguinarios dedicados en cuerpo y alma a aniquilar vidas humanas a cambio de un delirio infame de patrias y estados opresores que tan solo existía en su imaginación.
Parece difícil no concebir como una humillación consentida por nuestros jueces, legisladores y gobernantes, ver cómo a aquel asesino se le rendían honores de héroe el mismo día que salía de la cárcel y cómo en apenas un par de temporadas ha pasado de ser un individuo incapaz de asimilar en qué consiste un estado libre y democrático a ser condecorado en la actualidad como un adalid de nuestra modernísima y envidiable democracia.
Imposible entender como hemos convertido a un asesino que jamás se ha arrepentido de sus crímenes ni ha pedido perdón por el daño causado en este honorable representante del pueblo que a partir de ahora tomará el bastón de mando siendo mantenido ya no sólo por la caterva de malas personas que le votaron sino también por aquellos a quienes amenazó de muerte y hasta por los mismos familiares y amigos de quienes directamente asesinó.
Lo peor de todo, es que nos hemos ido acostumbrando tanto a que a la política no sólo no llegan los mejores sino que con cierta frecuencia acaba lo peor de cada casa, que ya hay quien no se inmuta ni se horroriza ante esta brutal evidencia de que en efecto, en poco tiempo, habrá municipios gobernados por una pandilla de auténticos y genuinos terroristas.
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