Buscando refugio de los agoreros anuncios del próximo estallido de la Tercera Guerra Mundial, de la ruidosa y crispante tropa que día tras día nos da la brasa con el supuesto apocalipsis en que está sumida la política doméstica y de la terrible ola de calor que nos está friendo a fuego lento las neuronas, entré ayer en los Van Dyck a ver la película de moda. Ya saben, «Sirât» del joven director Oliver Laxe.
Pero si buscaba tranquilidad, maldita la hora. Y qué timo también más grande es ese de que el cine nos permite escapar de la cruda realidad en busca de un par de horas de apacible asueto sumidos en la quietud de un oasis maravilloso y refrescante en el que refrescarnos el cuerpo y el alma.
«Sirât», de acuerdo, es una grandísima película, pero también un puñetazo en la boca del estómago del espectador que entra en la sala completamente desprevenido y en la inopia con su coca cola y sus palomitas que enseguida saltan por los aires para caer sobre los espectadores de alrededor.
Un padre (interpretado por un sublime Sergi López) viaje a una rave en Marruecos acompañado de su hijo pequeño en busca de una hija desaparecida algún tiempo atrás. Ahí empieza el brutal e hipnótico viaje del que no le daré más pistas pero que toman elementos prestados de obras maestras del cine (salvando las distancias, por momentos pienso en itinerarios como el de Apocalipse Now del gran Coppola o las áridas y espeluznantes road movies de la saga Mad Max) para contar la más valiente cronología del derrumbe de unos cuantos seres extraordinariamente humanos, solidarios, imprevisibles, golpeados, suicidas. Gente abollada por las distintas circunstancias de la vida pero que sin embargo no renuncia a vivir su vida con pasión, curiosidad, hedonismo, amor y muchas agallas.
No me atrevería en modo alguno a recomendarles «Sirât», como tampoco a no confesarles que más que una película es uno de los viajes más auténticos y genuinos por las distintas percepciones que pueda sufrir un ser humano abierto en canal a las emociones más intensas. Un viaje que no diré cómo termina por ahorrarles la tarjeta del spoiler, aunque tampoco lo importante de estas criatura es el fin del trayecto.
Hagan ustedes lo que quieran y juzguen si la herida de esta película puede merecerles la pena como uno de esos amores que desde luego saben que acabarán en bancarrota sentimental pero que también merecerá la pena vivir.
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