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«La necesidad de defensa no puede convertirse en una carrera general hacia el rearme. Los recursos que se están gastando en armamento deberían dirigirse hacia quienes verdaderamente lo necesitan, para combatir el hambre y promover el desarrollo».

La anterior frase no es por supuesto de quien firma esta columna, aunque uno la comparta tan al pie de la letra que estaría dispuesto a promover un crowdfunding para inscribirla en el frontispicio de todos aquellos edificios institucionales que manejen fondos públicos. Tampoco es de Yolanda Díaz, aunque también la comparta encantada, sino de su amigo el papa Francisco y es tan reciente que bien podría ser su testamento. La leyó en su nombre el maestro de ceremonias tras el frágil saludo del propio papa en su última comparecencia pública, la del tradicional Urbi et Orbi desde el balcón de la ligia central de la fachada de la basílica de San Pedro.

La frase, que seguro que sonó tan fuerte como el estallido de una bomba en los despachos de los señores de la guerra y en las oficinas de los directivos de las grandes industrias armamentísticas, ojalá calase entre todos nosotros. Define muy bien al papa Francisco que acaba de morir, un papa que no sólo tuvo arrestos para enfrentarse al poder civil establecido, cada vez más alejado del primigenio cristianismo, sino también a los poderes más oscurantistas de la propia Iglesia anquilosada en sus retrógradas doctrinas a las que intentó combatir desde un principio y que tantos quebraderos de cabeza causaron a su precedente en el cargo.

«El papa Francisco -decía ayer el cardenal Kevin Joseph Farrell, tras el anuncio de su muerte- nos enseñó a vivir los valores del Evangelio con fidelidad, valentía y amor universal, especialmente a favor de los pobres y marginados». No se me ocurre mejor definición de lo que ha supuesto este revolucionario, papa durante los 12 años de su mandato, amigo de los inmigrantes y de los pobres, un papa que no se cortó criticando las intrigas y corrupción de la Curia y los escándalos de pederastia y que se empleó con energía en denunciar los excesos del sistema capitalista actual ahora alentado por gobiernos tan nefastos como el de Trump. Un papa que, desde luego, también ha tenido sus detractores, como no podía ser menos, que en general lo tildaron de populista. Pero si ser populista es continuar con la generosa y valiente labor que él emprendió, ojalá el siguiente también lo sea.

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lagacetadesalamanca Quiero un papa populista