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Allá por 2001, Maradona, aquel superdotado del arte de controlar, driblar y colocar el balón justo en el lugar en el que los demás solo aspiraban a soñar pero también, fuera de los campos, protagonista de una biografía enloquecida y tumultuosa, se despedía del fútbol en activo. Lo hacía en la Bombonera, el estadio del Boca Juniors, el equipo que le había visto debutar siendo un chaval. Ante un lleno hasta la bandera de aficionados que le consideraban un dios en la tierra, tomaba el micrófono y desde el centro de la cancha dejaba para la posteridad un discurso de amor a su profesión asegurando que por más que él se hubiera equivocado en su comportamiento lejos del césped, quería dejar claro que el fútbol era el deporte más sano y más hermoso del mundo y que la pelota no se mancha.
Algunos años más tarde, en 2012, Alejandro Sanz presentaba un disco titulado «La música no se toca», con el que también homenajeaba la profesión que le había dado todo, afirmando algo parecido a lo que jugador argentino, pero en este caso sobre la música. Por más que por las rendijas de la industria se colasen asuntos mundanales, frívolos y sucios, intereses mercantilistas y otros asedios turbios que tentaban al tipo famoso y exitoso, la música permanecía a salvo del lodo como una expresión pura de arte y talento.
No parece ocurrir lo mismo con la política, una disciplina que en teoría debería servir para hacer de este mundo un lugar más amable y habitable para todos, pero que definitivamente ha perdido el norte hasta convertirse en un aspersor de lodo y fango para todo el que se acerque a ella. Sus gestores han asumido que esa debe ser su principal estrategia. Ahí tienen a Trump, rey del mambo a nivel mundial. Sin defensores activos de una gestión y distribución de la riqueza limpia (refugiados en ONGs y otras formas de ayudar a los demás), salvo contadísimas excepciones, los actuales políticos solo parecen interesados en crisparnos y envenenarnos con sus discursos de odio al adversario.
Hoy resulta imposible no sentirse sucio cuando la política asoma a cualquiera de nuestras conversaciones y nuestra voz comienza a elevar el tono, a menospreciar o silenciar a quien tiene una opinión diferente a la nuestra, a embadurnar al personal con su roña infame e interesada. Ojo, que sí, que la política sí que mancha. Intenten descansar un poco de ella y serán más felices.
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