Todo el mundo sabe que Salamanca está plagada de poetas y que solo basta levantar una baldosa para que aparezcan bajo la misma unos 20 o 25, de los más dispares estilos y tendencias. La noticia es que últimamente también está aumentando el censo de novelistas, lo cual no deja de ser un fantástico dato aunque no todos alcancen la admirable excepcionalidad de clásicos como Fernando de Rojas, el autor anónimo del Lazarillo de Tormes, el gran Don Miguel de Unamuno, o en fin, por referirnos a gente más cercana en el tiempo de Carmen Martín Gaite, Luciano García Egido o Luis García Jambrina.
Son novelistas que nos presentan a Salamanca de algún modo como protagonista de sus obras, aunque los hay también que se marchan a recorrer la provincia en busca de sus paisajes donde dar vida a sus personajes como María Suré en su «Huérfanos de sombra», que siguiendo la ruta de aquella maravillosa «Las aguas esmaltadas» del amigo Manuel Díaz Luis, se marcha por la Sierra aunque con muy dispar estética y ambiciones literarias o de mi tocayo Juan María de Comerón que ambienta su costumbrista «Un verano en el pueblo» en Lumbrales.
En los relatos más urbanos, efectivamente, Salamanca se convierte en omnipresente, con defectos y virtudes, monumentos legendarios o rincones más ocultos y con tanto protagonismo como los propios personajes. Daniel Cruz Sagredo acaba de presentar «Salamanca Underground» que no he tenido la oportunidad de leer pero que parece persigue la estela de las maravillosas memorias del músico Javier Barragués, «Dando tempo al tiempo». Presiento que si alcanza el diez por ciento del interés de las crónicas de Barragués ya habrá merecido la pena su esfuerzo.
Sí termino, sin embargo, de devorar «Bestiario del Tormes» de Joaquín Rodríguez, una novela autoeditada y autofinanciada (parece que nuestros novelistas encuentran más problemas para recibir ayudas institucionales a sus ediciones que los poetas) y que les recomiendo con mucho entusiasmo porque aparte de maravillosamente escrita, con lenguaje rico y cuidado, contiene una saludable crítica social, y despacha toneladas de humor y sarcasmo. Intuyo que toda una generación (la de nosotros los boomers salmantinos que fuimos cayendo en aquel sistema educativo de los oscuros, complicados y reaccionarios años sesenta y setenta) se verá tremendamente bien reflejada. Una Salamanca que afortunadamente dejamos atrás, aunque también en la actual se reflejen ciertos detalles y nostalgias que aún perduran como fantasmas clandestinos sembrando el conocido rastro por ciertos salones y palacios del poder.