Una ardilla en Federico Anaya
De pronto, el sábado, apareció una ardilla entre las ramas de un árbol en la Avenida Federico Anaya.
En principio solo nos paramos a contemplar sus andanzas cuatro o cinco personas pero en menos de tres minutos ya ejercíamos de espectadores una veintena de vecinos siguiendo extasiados sus alegres y caprichosas excursiones entre el ramaje.
No es que fuera un leopardo saltando de balcón en balcón, lo sé. Tampoco un elefante bajando tranquilamente en dirección al Corte Inglés a pillar una hamburguesa en la Caravana de David Muñoz pero hasta cierto punto, era toda una sorpresa que apareciese una ardilla en territorio urbano salmantino habitualmente frecuentado por tórtolas, y palomas de ahí que el personal que habitualmente transita con cierta prisa por las inmediaciones aflojase el trajín diario y se detuviese a contemplar el espectáculo.
Al poco empezaron a revolotear en torno a la ardilla un par de urracas. La ardilla incrementó su repertorio de cabriolas intentando escapar de estas antipáticas aves que emitían unos amenazadores graznidos, que también sirvieron para convocar a la arboleda a más colegas de su especie, que poco a poco iban elevando el griterío en torno al roedor, que a su vez parecía cada vez más nervioso y estresado. A los diez minutos éramos en la acera algo parecido a un ejercito de viandantes, muchos de nosotros con ganas de opinar sobre el show. Había quien filmaba con el móvil la escena, quien se preguntaba de dónde habría salido el mamífero silvestre, quien telefoneaba a distintos servicios del ayuntamiento y a la policía no sé muy bien por qué, quien criticaba estas llamadas, quien se compadecía de la pobre ardilla, quien maldecía el acoso de las urracas y quien con aires de experto en la materia miraba con las manos en los bolsillos la escena atribuyendo el singular episodio del supuesto cambio de hábitat del esciuromorfo a los efectos del cambio climático.
De pronto el animal corrió tronco abajo del árbol y salió disparado por la acera, doblando la primera esquina para desaparecer de la vista de todos debajo de los coches aparcados en la avenida Alfonso IX.
Lo sé. Fue tan solo la aparición de una simple ardilla que jugaba en busca de algún fruto trepada en un árbol. Nada extraordinario. Pero una tropa de salmantinos ese día llegamos a casa con una historia que contar a la hora de la sobremesa con la que contrarrestar todo el veneno que nos escupen los telediarios.
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