De pronto un día (y en esto sospecho que consiste envejecer), comienzan a desaparecer de nuestra vida, aquellos nombres que tanta compañía nos hicieron en ... la adolescencia, esa época que J. B. Humet definía como la época más real de nuestra vida, intensa, perturbadora, feliz, cuando las emociones e ilusiones nos marcan con esa vehemencia, pasión y energía que nunca volveremos a recuperar.
Lo pensaba este fin de semana con la desaparición de la maravillosa Diane Keaton, pero también unos días atrás con la de Redford, Pablo Guerrero o Rick Davies, que no son cuatro nombres cualesquiera, sino gente genial, única, admiradísima y que aunque no formarán parte de nuestro entorno estuvieron bien presentes, marcando algunos de nuestros sueños más delirantes y entrañables.
Diane nos asaltaba cantando con voz pequeñita y susurrante desde un pub neoyorquino en «Annie hall», estrenada en el 77. Llevaba corbata, chaleco, gafas de sol y unos pantalones superanchos. Rompía con todos los esquemas de tía buena, pero también era guapísima, culta y liberada. Y lo importante, se iba con el feo de la película, el parlanchín, neurótico y acomplejado que por esa época sostenía la percha del gran Woody Allen. ¿Cómo para no enamorarse de ella? Redford por su parte, era el tipo más guapo, canalla y comprometido del mundo. Aquel año 1977 se estrenaba «Un puente lejano», una película sobre la Operación Market Garden, una fallida operación militar de las Fuerzas Aliadas que tuvo lugar en septiembre de 1944 durante la Segunda Guerra Mundial. Pasó por las carteleras un tanto inadvertida, pero nos la tragamos con gusto, después de verlo en películas tan absolutamente sublimes y diferentes como «Descalzos por el parque», «El Golpe», «El Gran Gatsby», o «Todos los hombres del presidente» estrenada un año antes y donde junto a Dustin Hoffman se acomodó nada menos que el traje de uno de los periodistas que destapó el escándalo del Watergate.
Davis, por su parte, acababa de presentar el mejor disco de Supertramp, «Desayuno en América», la maravillosa banda sonora que nos acompañó aquel año, con canciones tan sublimes como «The Logical Song», cuando su amistad con Roger Hodgson aún no había hecho saltar por los aires una de las alianzas más creativas y fecundas del rock. Por su parte el maestro Pablo Guerrero, con su «A tapar la calle» nos llenaba el corazón de poesía reivindicativa y social, acordes y palabras de las que ya nunca hemos sabido prescindir. Gracias a los cuatro por tanto.
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