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Escribir entre Nochebuena y Nochevieja no es tarea fácil, pues uno se siente en mitad de ninguna parte y el mundo se encuentra al ralentí, parece que concediéndose un respiro en su día a día. Como en un chiste bélico de Gila, todo es relativo.
Nos parapetamos entre los buenos sentimientos propios de la Navidad y las dudas que se abren ante todo nuevo año y que en 2025 vendrán marcadas por la inauguración, el próximo 20 de enero, del segundo mandato presidencial de Donald Trump, quien tantos recelos y miedos causa. Salvo cuatro «fascistas», no conozco a nadie que no se declare «antitrumpista» porque sí, es lo que toca, y hasta los tontos del PP dicen ser «antitrumpistas», como unos fenómenos que son haciendo amigos y retorciendo el noble arte de la diplomacia, en manos de una Cuca Gamarra cualquiera…
Pero volviendo a Trump, está claro que el magnate regresa a la Casa Blanca con la autoestima por las nubes, no es para menos, aunque el mundo sigue temblando ante su llegada. No tiembla ante China, no tiembla ante los tapones de plástico de Bruselas, no tiembla ante los Pedros Sánchez que andan sueltos por el planeta, ni si quiera tiembla ante el loco de Putin, pero sí ante un Trump con el que el mundo superó su primer mandato sin que llegase el Armagedón que profetizaban los «antis» de entonces y los «antis» de ahora, lo que nos lleva directamente al gran problema del «hombre blandengue» de hoy: su absoluta falta de reflexión, de perspectiva, de conocimiento, de experiencia; el «hombre blandengue» es —y sólo eso— una extensión de un algoritmo, de una pose estúpida y vacía reflejada en ese pozo de mierda que son las redes sociales que replican ideas, comportamientos y valores que nacen en mafias tecnológicas de Pekín, Moscú o Seattle. Y si hay algo que debe preocuparnos de la nueva presidencia de Trump, no es Trump, es la influencia que ejerza Elon Musk sobre su mandato.
Ahora bien, no hay que olvidar de dónde viene Trump, el llamado fenómeno MAGA (Make America Great Again) que, bebiendo en el «reaganismo» de los años ochenta, apuesta por una sociedad más libre y liberal, y en su caso más americana, frente a otra más controlada y cada vez más pobre, que es hacia donde también nos dirigimos nosotros, siempre a remolque de los Estados Unidos en lo bueno y en lo malo.
Por lo tanto, en esta tierra de nadie entre la Nochebuena y la Nochevieja, sería de agradecer esperar un cambio, pues no podemos seguir eternamente en una clase de yoga para burgueses ociosos. O para esos pijos-progres, tan repulsivos. Quedamos a la espera.
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