Trenes
El título de este artículo parece el último estreno de la factoría «Pixar», ya saben, «Bichos», «Trenes»… Pero no, hablar de trenes en Salamanca es cualquier cosa menos una fantasía «Disney», es más bien una pesadilla, la historia interminable de nuestro abandono y de una retahíla de torpezas (y crímenes) políticos que comenzaron con el ex ministro socialista de Transportes, Enrique Barón, quien se cargó hace cuarenta años (sí, cuarenta años ya) las líneas férreas Salamanca-Barca de Alva y la de la Ruta de la Plata. Un genio, el tío, cuyo estropicio aquí fue recibido en su día con la habitual indiferencia e ignorancia charras, junto con nuestra mayor «virtud», tener una nula visión de futuro. ¿Trenes?, ¿para qué?, perturban la siesta. Ahora, ya ven, andamos lloriqueando por las esquinas por una mejora de conexiones con Madrid, pero ni caso por mucho que se desgañite el alcalde Carlos García Carbayo.
Ahora, el presidente de la Junta, Alfonso Fernández Mañueco, ha estado en Oporto para ver con los portugueses qué pasa con las conexiones férreas. De Salamanca, «ni flowers», pues las apuestas apuntan a Vigo y a Zamora por Braganza, aunque en el mejor de los casos los que peinamos canas no veríamos ya nada convertido en realidad: mucha reunión, mucho castillo de naipes, mucho Bruselas, mucho marear la perdiz, pero aquí no se hace nada así pasen los siglos. Y si se hace algo, es reconvertir las líneas férreas en caminitos para senderistas y las antiguas estaciones en centros de interpretación del subdesarrollo… en lugar de haber dirigido esos esfuerzos e inversiones a reabrir la línea del ferrocarril entre Salamanca y Oporto, línea de un potencial turístico estratosférico como bien lo demuestran los portugueses manteniendo la línea del Duero/Douro abierta hasta Pocinho.
Dejando a un lado a los inútiles de la Renfe (o Adif, o como se llama el invento ahora) y de los gobiernos centrales que nos han caído en desgracia, resulta increíble que Salamanca no haya luchado por reabrir esa línea hispano-portuguesa, todo un revulsivo para los pueblos muertos que están en ella y, además, un complemento perfecto para los cruceros del Duero y para tratar de dar vida a aquel pozo de dinero que fue Vega de Terrón, una gran idea enterrada en hormigón y en la ignorancia de todos, que en esto los salmantinos somos muy solidarios. Que inventen ellos, a que sí.