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La frase «Nosotros, el pueblo, que abre el preámbulo de la Constitución de Estados Unidos, posiblemente sea lo más sublime que se haya sentenciado nunca a lo largo de la Historia, al menos desde el punto de vista, y no precisamente menor, de la democracia y el desarrollo social y político. Pero hoy, más de 230 años después de promulgar aquel «We the People», el mundo, y además el primer mundo, está escorándose hacia otra cosa: la tiranía sofisticada, la corrupción como modelo, la violencia del terror y de los mercados, y la burbuja política a la que sólo acceden tahúres sin complejos ni pudor y su cohorte de serviles vividores, nostálgicos del Frente de Juventudes o de las Hitlerianas o leninistas, lo que toque, lo que sea menester para poder degustar excelentes vinos en Nochebuena mientras todo a nuestro alrededor colapsa.
Y «Nosotros, el pueblo español», nos asomamos por el televisor la pasada noche del 24 en la figura del rey Felipe VI, en estos momentos «extraños» nuestro único garante de la concordia nacional y de los valores democráticos que nos ahorman desde el glorioso 1978.
Salió el Rey no a darnos una palmadita en la espalda y chinchín; salió para recordarnos que nosotros somos «el pueblo». Dentro de las limitaciones -para mi excesivas- que le impone la Constitución, el Jefe del Estado estuvo fino en su último discurso de Navidad para recordarnos, para recordarles a los políticos sobre todo, que «Nosotros, el pueblo» somos el fin último de su función: «El bien común», expresado por Felipe VI con meridiana claridad, «la conciencia, la expresión o la exigencia del bien común», todo ello ejemplarizado en la reciente tragedia de Valencia en la que el Estado, sus instituciones y sus maquinarias políticas y civiles no supieron dar una respuesta que no fuera el famoso «si necesitan algo, que lo pidan» del sátrapa Sánchez.
El Rey nos ha puesto en el escaparate de la democracia, tras años de estar en el desván y sólo recuperados para votar y ser coartada de la democracia. Y así, sorteando la férrea censura que el Gobierno impone a la Jefatura del Estado, el Monarca supo advertir de los peligros del despotismo «democrático». Sólo el bien común debe primar «con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política», aunque obvia, sabia receta Real.
Tenemos que ser conscientes pues de que nosotros somos «el pueblo», aunque sólo Felipe VI parece tenerlo en cuenta.
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