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No me resisto a recordar a Silvia Pinal. Más que a despedirla, a recordarla. La verdad es que a estas alturas de mi vida sigue sorprendiéndome que muramos, pues no me acaba de entrar en la cabeza, de tan incompleto que queda todo. La muerte es «eso» que les ocurre a otros, el ángel exterminador.

Murió Silvia Pinal y la nostalgia volvió a atraparme entre sus dulces fauces, una jaula de oro desde la que suelo ver el mundo. No me queda otra: la nostalgia son mis molinos, no puedo luchar contra ella, como Jessica Lange en manos de King Kong. Demasiadas cosas buenas me han alumbrado. A mí y a todos, la diferencia está en la memoria.

Murió Silvia Pinal, tan bella, tan mujer de su tiempo y de todos los tiempos. Murió Viridiana. Qué contradicción, me sorprende que muramos, pero cada uno de mis muertos me hace más huérfano y en la vida hace frío. Siempre imaginé, rozando el erotismo, a Luis Buñuel dirigiendo a Silvia Pinal en «Viridiana». Continúo hoy contemplando en el autocine de mi mente cómo sería aquel rodaje, aquella relación que puso tanta luz en una película más en negro que en blanco. Envidié, y lo sigo haciendo, a Buñuel, a Fernando Rey, a Paco Rabal… Buñuel me «robaba» todo lo que yo quería, como si él fuera diseñando mi camino, de Francia a Silvia Pinal, de México a Catherine Deneuve. No digo más que sólo como melocotones de Calanda por tenerle presente. Qué España aquella, la oscuridad con luces de neón; qué personalidades, qué creatividad. De Buñuel a Mbappé o a cualquiera de estos raperos del balompié, ¡cómo hemos cambiado!… Mutado más bien.

Murió Silvia Pinal y queda Scarlett Johansson, por ejemplo. Sí, pero no es lo mismo. La mexicana era otro mundo, otra condición, otra época, claro. La mía, pues yo nací con «Viridiana». Tengo memoria y puedo elegir entre una vida íntima en la que habita Silvia Pinal o una vida expuesta en Instagram, es decir, una vida a todo ritmo o un sucedáneo de lo que no soy ni seré, ¿verdad «instagramers»? Con ella era todo o nada como mujer sin aditivos, de las que el mundo se paraba a su paso, porque hubo días en los que el mundo se paraba por una mujer, los mismos en los que el Martini se pedía «agitado, no revuelto».

Murió Viridiana y yo una vez creí conocerla: fue la única Viridiana de carne y hueso que he conocido, una mesera de «Quintonil». Porque todo es imaginación en ese planeta llamado nostalgia.

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