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El señor del periódico parafrasea el título de la novela de Pete Dexter, «El chico del periódico», aunque en esta columna no hay convictos ni crímenes, pero sí un periódico, que es el protagonista hoy, Jueves Santo y por ende tiempo de tregua, tiempo de paz y sobre todo tiempo de silencio (gracias Luis Martín-Santos). Pedro Sánchez y su grupo salvaje, que hagan lo que quieran, allá con sus conciencias, si las tuvieren…

El señor del periódico no sé quién es, pero sí sé qué hace, mantener su vida a salvo en su protectorado del barrio de Garrido, por donde últimamente paseo bastante, refugiándome de una Salamanca que cada vez se me hace más ajena. Y estaba yo el domingo tomándome un chocolate con churros en el tradicional puesto situado en la confluencia de Los Cedros con la calle Acacias, cuando enfrente vi salir del quiosco «Kukuli» a un hombre ya mayor con jersey azul añil y con el periódico bajo el brazo, una estampa de un mundo al que me aferro como un gato colgando de un alféizar. El periódico impreso me conecta con la realidad, me dice que todo está bien y que las cosas son todavía como deberían ser, de ahí que «mi» hombre con el periódico debajo del brazo y jersey azul añil me conmoviera, imaginando el proceso de llevar a casa ese periódico para saborearlo con la delicadeza que requiere leerlo. No hay nada igual. Bueno, para mí sí lo hay: disfrutar la prensa en un bar con un café, sin duda un momento de gran libertad. Tú y tu periódico frente a frente. Cero ruidos. Lo digital es ya el presente y se comerá el futuro, pero no es lo mismo, nunca lo será, precisamente porque lo digital está invadido de «ruidos» y de zarpazos.

Ahora la vida, en este maremágnum de incertidumbre, hay que ir diseccionándola capa a capa y con mimo para sacarle el jugo, pues ya nada es fácil ni está tan a la mano como ocurría antes. Y ya no solo en lo profesional o en lo afectivo, también en lo más cotidiano que, casi de repente (y 20 años son un «de repente»), se ha vuelto agresivo e insondable, de ahí que un señor con un periódico debajo del brazo se convierta en una escena gloriosa y apacible. En directo, sin filtros ni «instagramers»: un chocolate en un banco de piedra, una mañana de domingo y los sentidos atentos a la vida. Las pequeñas cosas, que cantaran «Las chicas del can». Feliz Semana Santa. Y sean buenos también después.

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lagacetadesalamanca El señor del periódico