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LOCAL Y GLOBAL

Recen lo que sepan

Con el nuevo siglo empezó a llegar con sigilo una «nueva» política vestida de prepotencia, desmemoriada, inculta y muy incapaz

Sábado, 20 de septiembre 2025, 05:30

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Ha muerto Robert Redford, y el otro día falleció Rick Davies, de «Supertramp». Y viviendo estos tiempos tan convulsos, tengo la sensación, obviamente equivocada -espero-, de que la gente muere por abandono, cansada, harta, quedándonos inexorablemente solos en un país llamado nostalgia. Y a propósito de esa sensación de renuncia, mezclada con el caos ambiental reinante, alguien me ponía el siguiente mensaje el pasado jueves: «Este mundo me empieza a aterrar. No lo entiendo. Quiero irme a no sé dónde. A algún lugar silencioso y anticuado. Al pasado». Y así estamos, con mayor gravedad en lo colectivo que en lo individual, arrastrándonos con una puñalada certera en el porvenir, ese lugar al que aspirábamos, el mero sentido de la vida: progresar y superar miserias, analfabetismos y guerras.

Todo funcionó bastante bien hasta los años 90, con ese pico de orgasmo social que fue la caída del Muro de Berlín. En aquel entonces, 1989, yo me creía Dios y con todo lo bueno por llegar. El mundo funcionaba, España funcionaba, y seríamos cada vez mejores en todos los sentidos, no sólo en lo tecnológico. La música, todas las artes, la política, la libertad en definitiva, inundaban nuestras vidas en busca de un mundo completamente nuevo que había dejado definitivamente atrás los muchos traumas de la primera mitad del siglo XX. Ya éramos otros y por supuesto mejores. Éramos Dios. Los hijos del «baby boom» habíamos llegado a este mundo no para curar, sino para olvidar las viejas -y tan profundas- heridas y por supuesto no abrirlas nunca más. Al fin sabíamos lo que no había que hacer, habíamos aprendido la lección y venía codificada en nuestros genes con una dosis extra de comprensión y sobre todo de concordia (gracias, Adolfo Suárez) mientras nuestros padres y abuelos nunca, nunca más, miraron al pasado. «Las uvas de la ira» en versión europea y muy española. Steinbeck no lo hubiera escrito mejor que nosotros, que supimos poner el final feliz.

Pero con el nuevo siglo empezó a llegar con sigilo una «nueva» política vestida de prepotencia, desmemoriada, inculta y muy incapaz, a la que, poco a poco, se fueron sumando más y más mediocres hasta gripar completamente el sistema en su beneficio. Surgió una nueva dictadura «blanca», disimulada. Llegaron ellos y sus ejércitos de aduladores a sueldo y fueron destrozando la educación, el estado del bienestar, el servicio de la función pública, el orden, la paz social y los valores humanos, ¡fuera toda espiritualidad! Y aquí, justo en este punto de horror, es donde nos encontramos. Recen lo que sepan.

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