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Quitarse el pelo de la dehesa es una de las expresiones más bonitas que conozco, pues lleva implícita de una parte el orgullo de pertenecer a la tierra, al pasto, a la naturaleza, a la dehesa -en nuestro caso como charros lígrimos- y, de otra, la aceptación de esa condición rural frente a lo que se considera moderno y chic, la la gran ciudad. Nuestro mundo es este, más o menos vaciado, pero es el nuestro, y cuando salimos de él para quitarnos el pelo de la dehesa nos mimetizamos con la urbe, con sus excesos, con sus tiempos, con sus ofertas, y posiblemente lo apreciemos más que el urbanita de manual.
Y para quitarse el pelo de la dehesa una amiga pasó unos días de descanso en Málaga, y otra persona que vino abducida, encantada con la «nueva» capital de la Costa del Sol, una ciudad que, como ocurriera con Bilbao y Valencia, se ha convertido, la ha convertido su alcalde, Francisco de la Torre (que estudió en Salamanca), en un referente turístico y cultural, y en un polo de atracción económica. Los que conocimos Málaga (o Bilbao, o Valencia) hace cuarenta años vemos hoy otras ciudades distintas que surgieron fruto de proyectos claros y decididos y sobre todo de políticas clarividentes. Mi amiga, salmantina de pro, lamentaba el escaso fuelle que tenemos y que se acentúa precisamente cuando salimos y nos damos cuenta de que en Salamanca vivimos muy tranquilos y muy cómodos, pero sin apenas acción más allá de la cultura de caña y pincho.
No estaría de más que nuestros políticos se fijaran en esos cuatro puntos cardinales que nos rodean para copiar algo, ni siquiera tendrían que pensar. Valencia, Bilbao, Oporto y Málaga ofrecen modelos que, por alguna razón, los salmantinos con mando en plaza (incluidos sus técnicos) se niegan a mirar, ni siquiera a considerar, como si en la dehesa hubieran nacido con todo sabido. Y además con la Universidad, proveedora de ciencia infusa para todo charrito que viene al mundo…
Estamos precisamente a un año de la celebración del V Centenario de la Escuela de Salamanca, y la ciudad vive completamente al margen de este acontecimiento de trascendencia global. A estas horas, toda Salamanca, Castilla y León, el Gobierno central y hasta Bruselas tendrían que estar involucrados en una efeméride que nos define como faro de la civilización, a Salamanca y al hombre en general. Pero no nos damos cuenta -el borrego en la dehesa- y me temo que Francisco de Vitoria será un hombre solo a los pies del imponente San Esteban. Una de bravas, por favor.
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