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El triunfo sin paliativos del Partido Popular el pasado domingo en Galicia ha sido un potente ansiolítico contra la locura «sanchista». El PP salvó una envenenada bola de partido en manos de este PSOE herido de muerte -y por tanto muy peligroso- y de sus sucios compañeros de viaje al fin de la democracia. España gana tiempo, pero no nos confiemos: sólo se trata de un poco de tiempo. No obstante, sí es bueno que comprendamos la importancia de esa victoria, pues hoy nuestra situación sería muy diferente si los nacionalistas del BNG y el PSOE hubieran logrado desalojar a los populares del Gobierno gallego, como era su obsesión en nombre del odio y la furia.

Hoy jueves estaríamos hablando ya (o directamente no hablando) del fin de nuestra nación y de la asfixia definitiva del espíritu de la Transición, además de andar llorando por las esquinas de pura impotencia y desesperación. No necesitamos, ¡no nos merecemos!, más puñaladas directas al corazón de la concordia y del bienestar.

Tras ese balón de oxígeno regional, no al PP mismo sino al sentido común y al progreso de todos los ciudadanos, hay partido, sí, lo hay, pero no es menos cierto que ahora el PSOE de Sánchez está más rabioso que nunca y dispuesto a morir matando, pues más allá de sus ideas mafiosas y totalitarias, destaca su soberbia. El «sanchismo» no es más que todo aquello que critica, machismo puro y duro bajo la bandera de «por mis cojones».

Además de retener Galicia del lado de «los buenos» (o si lo prefieren de los menos malos), las elecciones del pasado domingo trajeron otro soplo de aire fresco atlántico reduciendo a la nada más absoluta a Sumar, a Podemos y a Vox, magnífica señal de que el votante español, aun ingresado en la UCI del buen juicio democrático, lucha por mantener sus constantes vitales. Fue todo un chute de normalidad y una cierta esperanza, que falta nos hace. Ni siquiera el pueblo de Yolanda Díaz, Fene, votó a Yolanda Díaz. Contra el suicidio, más Kérastase…

Y Vox, ay Vox. Defendí a este partido de ser calificado de ultraderecha, defendí los que creí naturales acuerdos con el PP, pero ellos mismos han decidido tirarse al río, ahogarse en sus propias contradicciones y convertirse en el hazmerreír del electorado inteligente, como así lo han demostrado los gallegos.

Pero ahora hay que seguir jugando, y el partido es a sangre y fuego.

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