Obreros del odio
Más allá de la pandemia, aquel fenómeno paranormal que vivimos como personajes de «Encuentros en la tercera fase» y que ya nos resulta tan lejano como el Medievo, confieso que lo que sí me dejó «tocado» fue el apagón eléctrico del pasado 28 de abril, que sigo sin comprender, que sigue sin entrarme en la cabeza, y que siguen sin explicar en esta España que nos venden como país del primer mundo, ooohhh…
Quedarnos sin luz aquel mediodía e ir sabiendo a cuentagotas que era un problema que afectaba a todo el país, me fundió los plomos. Recuerdo que mi cabeza no dejaba de preguntarme «¿dónde estamos, Juan Carlos?». Y más de un mes después, aún no lo sé: la gente, nosotros, tragando, aguantando, sufriendo, mientras un Gobierno huye de sus responsabilidades, quizás porque sea simple y llanamente el ejecutor. Desde los atentados de Madrid del 11M, en España se han ido abriendo demasiadas preguntas sin respuestas y hemos sido los mejores guionistas de nuestra propia «leyenda negra». Ni ingleses ni gaitas, con los del PSOE y con los «pijoprogres» del régimen, no necesitamos a nadie para difamarnos mejor y con más saña. No hay nada mejor que un analfabeto de izquierdas para joderlo todo. Y apagón mediante, aquí estamos, pendiendo de un hilo y con la democracia apuntalada y a punto de colapsar gracias a una cohorte de pelagatos y estómagos agradecidos. Porque España es ahora mismo un país de esclavos que seguirán votando a Sánchez haga lo que haga, roben lo que roben, eso sí, en nombre de la democracia. La culpa, como dirían ilustres iletrados como Óscar López o Pachi López, es del fango, torrentes de fango, y de Franco. Y resulta que el fango -y Franco- somos usted, yo y el de más allá, de cualquiera que no trague con las ruedas de molino que ellos, esta mafia política que padecemos, pone en marcha para laminarnos.
Con el apagón, algo también se nos apagó de golpe, y ahora, ahora mismo, palpo en los confines de mi cráneo en busca del interruptor que me devuelva a una cierta normalidad y a esa España grande, libre y democrática que construimos felices, sin rencores y con la banda sonora de «Mecano» las generaciones del BUP. Luego, todo se desvió, todo se derrumbó (gracias Emmanuel). Y aquí estamos, en la primera fila de este gulag, presenciando cómo los obreros del odio echan abajo la Constitución, la Justicia y la libertad.
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