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Con la tragedia de Valencia, muchos «respiraron» al dejar de estar en la primera línea de las noticias de sucesos, tribunales y corrupciones varias. Los Errejones, los Ábalos y las Begoñas de España pasaron a un segundo plano. Pero las aguas bajaron y la vida siguió su curso, como la mujer del presidente del Gobierno acudiendo a declarar el pasado miércoles ante la comisión de investigación en la Asamblea de Madrid, la cual trata de esclarecer las evidentes irregularidades de su relación profesional con la Universidad Complutense, empezando por su falta de capacitación académica.
Aunque ya no sorprende nada, sí llamó la atención el breve «speech» que soltó la señora Gómez ante la comisión en la que, cómo no, se negó a responder a preguntas muy fáciles y muy concretas en torno a su relación «docente» en la UCM y con la inestimable colaboración del propio rector, señor Goyache, algo que es lo más natural del mundo, que cualquier universitario trate directamente sus asuntos y sus cuitas con el rector. Todo muy cutre, muy extraño. Pero la señora Gómez, como ya es costumbre, no dijo ni mu ante la citada comisión, aunque en esta ocasión leyó no sin esfuerzo un papelito en el que nos advertía con soberbia palaciega que todo se aclarará ante esta guerra desatada contra ella y su marido. Lo que no cuenta, y los «sanchistas» callan, es que ya han tenido un millón de ocasiones para haberlo aclarado por el bien de la transparencia y el rigor democrático. Si todo es mentira y una campaña fascista, tienen todos los medios a su alcance para explicarlo. Empezando por la verdad.
Pero de su discursito de colegio de monjas en el mes de las flores algo me molestó especialmente, como fue soltar la obligada y sectaria lágrima feminista de mujer empoderada que, por cierto, ella no es, pues vive a la sombra de su varal, de su hombre. Leyó Begoña de Sánchez: «Una vida -la suya- labrada con mucho esfuerzo y con plena dedicación, como una más, como hacemos millones de mujeres cada día en nuestro país». Pues sí, como hacen millones de mujeres… y de hombres cada día, lo normal, personas buscándose la vida sin etiquetas, sin mirarnos la bragueta o el escote. Deje, señora mía (preciosa canción de Sandro Giacobbe) el feminismo de pancarta, rancio, trasnochado, teledirigido. Usted explique, si puede, qué hace una chica como usted en una Universidad como esa. Y de paso, dejen, usted y los suyos, de captar incautos para su festival del caos y la mamandurria.
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