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Pongamos un poco de esperanza, tan necesaria y urgente, en mitad de la destrucción sin fin desatada por Sánchez, sus secuaces y sus votantes. Ya sobran datos e imputaciones; sobran denuncias, y nombres, y sobrinas, y terror político. Ardemos, literalmente, por los cuatro costados. La España de 1898, el fin de nuestro glorioso imperio, fue un alivio al lado de la tragedia «sanchista» en la que nos abrasamos hoy, sin duda nuestro peor episodio desde la Guerra Civil, incluida la democracia que, ahora mismo, está en suspenso, con toda la legislación y gran parte de los poderes públicos y políticos sometidos o amordazados por esta izquierda salvaje que no ve más allá de sus odios, sus rencores y sus abusos de poder. Han hecho de la prevaricación y el desfalco un nuevo sistema de gobernar.
Y aquí estamos, digiriendo entre vómitos el último escándalo y esperando ya el siguiente, mientras Pedro Pinochet y su harén de seguidores y «yolis» nos insultan y nos culpan al resto, a la mayoría.
Pero a veces hay señales de vida que algunos captamos -lo anhelamos desesperadamente-, como Tim Robbins soñando con Zihuatanejo, resistiéndonos a morir en la debacle. Y en estas, el domingo apareció el piloto Alex Palou, estrella en el firmamento de los elegidos al conquistar las míticas 500 millas de Indianápolis, recordándonos más allá de su gesta deportiva que hay otra España bajo esta capa de cenizas, que no todo está perdido y que somos más y mucho mejores que esta banda de forajidos que abrevan en la corrupción y la tiranía.
Palou, un joven de Barcelona que lleva ya años triunfando en las pistas de los EE.UU., representa a esa España sin complejos ni odios, pujante, y que no se avergüenza ni de su país ni de su bandera, pues él la exhibe siempre sin complejos y con sano orgullo. Alex Palou, como tantos anónimos o sobresalientes, está muy lejos de una España que destila caspa y resentimiento, paleta y rastrera en grado extremo, llena de arribistas sin escrúpulos nacidos para delinquir y para matar al prójimo, al que piensa diferente; para matar la democracia, el mayor escollo para esta fea tropa de naZionalistas, de independentistas, de «sanchistas», de terroristas. Pero a veces, en lo peor de la tormenta, un Alex Palou, español de Cataluña, surge para recordarnos que en la meta brillan el sol y la esperanza, un lugar vedado al Mal.
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