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Desolación y estupor

Uno no puede por menos de hacerse preguntas, y de asombrarse de que cosas así sucedan hoy en el primer mundo

Sábado, 2 de noviembre 2024, 05:30

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Vivo la catástrofe de Valencia con la tristeza, el asombro y la angustia que se acrecientan a medida que pasan los días y vamos conociendo más datos, más número de víctimas, viendo más imágenes de ese apocalipsis que están viviendo en aquella querida región. No parece haber consuelo para tanta brutalidad de la naturaleza, cuyas consecuencias materiales tardarán mucho en repararse, y de las humanas mejor no hablar, pues cada víctima, cada desgracia personal es una tragedia en sí misma. Siempre las vidas anónimas se llevan la peor parte, mientras al resto se nos llena de inmediato la boca de solidaridad, brindis al sol y minutos de silencio en pleno fragor de una cascada de noticias más sensacionalistas que informativas («La larga espera en Paiporta con el cadáver de Reyes en el salón», un titular de tantos).

Diseccionando fríamente la cruda realidad, y con la perspectiva que da la distancia, uno no puede por menos de hacerse preguntas, y de asombrarse de que cosas así, con tamañas consecuencias en vidas humanas, sucedan hoy (y vuelvan a suceder) en el primer mundo, si es que España más que primer mundo no es en realidad un país en vías de subdesarrollo. Asombro y estupor descomunales, por no utilizar palabras más gruesas.

En sólo tres días estamos siendo testigos de todo tipo de despropósitos: fallos gravísimos en el sistema de alertas, prevención y gestión de emergencias, descoordinación en los equipos de socorro y entre instituciones, y, una vez más, gresca política barriobajera e inhumana entre administraciones, como si ahora importaran las culpas mientras miles de ciudadanos lo han perdido todo, hay decenas de personas desaparecidas y calles y zonas en las que, 48 horas después de la devastadora avenida, aún no ha pasado ni un sólo equipo de rescate y aprovisionamiento. Por no hablar de los saqueos incontrolados. El Far East.

Lo primero que llama la atención y llena de impotencia al ciudadano, es que en una región con tan alto riesgo de que se produzcan estos violentos fenómenos y por ende impresionantes riadas, no haya aún un eficaz sistema de aviso inmediato a la población, que aún no parece ser consciente del peligro de bajar a sótanos en esas circunstancias. ¿Cómo es posible que la zona mediterránea aún viva ajena a ese latente peligro, con una población y unos gobiernos confiados al azar y al «malo será que nos afecte»? ¿Cómo es posible? Un minuto de silencio y a otra cosa mariposa… y otra riada. Y a otro minuto de silencio.

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