En memoria de Miguel Uribe Turbay
España arde, Óscar Puente insulta y Pedro Sánchez descansa. Esta parece la secuencia del país en el que nos toca vivir, tomado por las malas artes, la incertidumbre, el populismo barato y el suspense, pues suspense es que los ciudadanos no sepamos si estamos seguros, si hay bomberos suficientes, o si mañana tendremos casa. El bucle de siempre: si todo está tranquilo, todo parece funcionar con la inercia. El problema viene con las riadas, con los fuegos, o con las listas de espera sanitarias, que es cuando se ponen a prueba las bondades del sistema, convirtiéndonos en víctimas, marionetas abandonadas en el secarral que se abre entre campaña electoral y campaña electoral.
Lo de menos sería que los políticos estuviesen en Miami de vacaciones, o en Cádiz con sus familias, o comiendo con sus amantes, lo importante es que el país esté organizado y con medios, que es donde yo veo la falla. Lo fundamental para que el país funcione parece cogido con alfileres, y me remito a la riada de Valencia, donde a día de hoy, casi un año después, se siguen tirando las responsabilidades a la cabeza unos a otros mientras la gente se arrastra por los restos del infierno. Nunca hay una respuesta decidida de España, mientras enormes aviones militares, eso sí, recogen a unos pocos niños enfermos en Gaza para que Margarita Robles se haga la foto. Cara foto, exclamo. Y aún voy más lejos en este estropicio nacional (España, capital Mogadiscio), y me remito al «apagón» del pasado 28 de abril, sobre el que aún no se ha dado explicación convincente alguna salvo las habituales alucinaciones de un Gobierno adicto al fentanilo de la confusión y el insulto. ¿He dicho insulto? ¿Pues qué me dicen de Óscar Puente, ministro dedicado en exclusiva al envío de miles de tuits por segundo para atizar a los del PP? Este tío no conoce el miedo y se reafirma en su amor «sanchista». Ni un inglés borrachísimo haciendo «balconing» en Mallorca sería tan inconsciente como él, sobre todo teniendo las redes principales de carreteras y de ferrocarril, de su exclusiva competencia, hechas unos zorros, y sino que pregunte en Salamanca. Pero la culpa es de Mañueco que, según el manual de odio socialista, tendría que ser omnipresente, cosa que no es, por cierto, su «puto amo», tan relajado como escondido en Lanzarote. Resumiendo, lo tenemos claro.