Adiós verano
Reabrir esa línea de ferrocarril del Tormes al Atlántico tendría que ser el principal objetivo de toda la política salmantina
De repente, el último verano, como la obra de Tennessee Williams. Un año más, Salamanca se asoma a septiembre con más pena que gloria (y sin Liz Taylor), habiendo sufrido los rigores del calor castellano y el aburrimiento monumental, marca de la casa. De repente, se acaba el verano y nos despertamos de la modorra con el chunda-chunda de las Fiestas de la ciudad, que en realidad nunca han pasado de fiestas de pueblo, no digamos desde que las lumbreras del PP -con la aquiescencia de las marmotas municipales socialistas- copiaron el invento de las casetas de Valladolid como oda a la vulgaridad y porquería mayúsculas. Fue como el rediseño cutre de aquella «Salamanca, arte, saber y toros» que al menos nos definía. Pero un año tras otro, no cambiaba la cosa y los del Ayuntamiento estaban tan contentos con su «casetazo», fenómeno cultural que consideraban una especie de Beaubourg charro, o vaya usted a saber, sin duda confundiendo una tapa de jeta recauchutada con una obra de Jean-Michel Basquiat…
Pero de repente, se acaba el verano y aquí seguimos, varados en el secarral de polvo y piedra que es Salamanca, entre otras cosas porque el río sigue estando demasiado lejos de una ciudad que nunca ha querido tener carácter fluvial, como tampoco lo ha querido tener la provincia, tan lejos de ese dios ibérico que es el Duero/Douro. Es como si nos quemaran en las manos la innovación y el futuro, y de ahí que estén tan contentos de haber convertido la línea férrea de La Fregeneda-Barca d´Alva en un camino para senderistas, en lugar de luchar por reabrir con trenes esa línea que empalme de nuevo con la portuguesa (hoy operativa hasta Pocinho) y poder llegar hasta Oporto diariamente. Reabrir esa línea de ferrocarril del Tormes al Atlántico, con o sin la ayuda de los merluzos de Ministerio de Fomento, tendría que ser el principal objetivo de toda la política salmantina y con el máximo apoyo de la regional. Hablamos de lo que sería una fuente inagotable de riqueza social y turística, y un verdadero y sólido impulso para los pueblos y zonas que la atraviesan, que falta les hace. Pero no, el fomento del dominguero parece ser toda la aspiración. Camino de hierro lo llaman, como los neurotransmisores de algunos…
De repente, el último verano en espera del próximo, en el que seguiremos igual, echando de menos lo que tuvimos en una ciudad de provincias, sí, pero llena de vida y juventud -no de turistas al peso-, y soñando con lo que podríamos tener y obviamente nunca tendremos. Diagnóstico: somos nuestro peor enemigo.