Las Hermanitas de los Pobres
Los dormitorios eran exposiciones de limpieza, con camas mullidas y blanquísimas las colchas y almohadas
Para Amavir-Valdebernardo
Aprovechando la anunciada marcha de las Hermanitas de los Pobres, bueno será recordar parte de la labor que han llevado a cabo durante más de un siglo, pues llegaron a Salamanca el 23/12/1872, alojándose en la calle de Padilleros 15, la superiora y 4 monjitas. El día de Navidad fue recibido el primer asilado, un pobre pintor francés al que llamaron Pedro, aquejado de los síntomas de Alzheimer, aunque la enfermedad no fuera descrita por primera vez hasta 1906 por el profesor Alois Alzheimer.
Hace 100 años su vida de penuria discurría, como nos cuenta el reportero José Sánchez Gómez (a) YO, en una crónica de 1917. Tira del cordón que cuelga en la ancha puerta de enormes cuarterones y la hermana portera se apresura con la afabilidad discreta y mesurada de estas monjitas suaves y finas, que andan con pasitos menudos, como jilgueros en jaula de marfil.
Contempla un patio grande y espacioso, con soleada enredadera que se encaballa en los muros sombreando unos altarcitos, como hornacinas, donde una figura sagrada se yergue entre pomposos geranios.
La madre Superiora sor Josefina, pulcra y correcta, habla con modales bellos y corteses. Todas las plazas están cubiertas y son para 117 ancianos de ambos sexos, pobres, desamparados, huérfanos de todo cariño y de toda asistencia. Existen 100 solicitudes de ingreso esperando su turno. Las limosnas de mantenimiento para pobres y hermanas, son insuficientes para sostener las cargas del establecimiento. Se reúnen en metálico unas 500 pesetas anuales con las que se paga el pan. Gracias a las almas caritativas llegan garbanzos, lentejas y cebones, para sacrificar en el establecimiento, limosnas en especie que dos hermanas recogen por los pueblos y acudiendo a las dehesas donde prodigan sus dádivas: Buenabarba, Tejadillo, Llén, Rodasviejas, Terrones, Porteros y muchas más. (Recuerdo la tartana de las Hermanitas y su reclamo publicitario junto al buzón lateral que decía: «Bendita sea la mano, que deposita una limosna, para los pobres ancianos».)
En aquellos momentos la Superiora terminaba de escribir al marqués de Comillas dándole la gracias porque que había rebajado extremadamente la factura del carbón, pero quedaban el resto de gastos que comportaba el transporte y almacenamiento, que suponía unas 1.000 pesetas y no disponían ni de un céntimo.
La alimentación era: en el desayuno sopa, chocolate o café; a mediodía, sopa, cocido con tocino, cuando lo había, sardinas, bacalao o la pesca que le enviaban. Pan en abundancia y un vaso de vino. Por la noche, otra vez sopa, un plato de legumbres y vino. Como el aceite y el vino estaban carísimos no habían podido arreglar los tejados.
Los dormitorios eran exposiciones de limpieza, con camas mullidas y blanquísimas las colchas y almohadas. Las cocinas, pulcras y limpias y los alimentos perfectamente condimentados. Los comedores encristalados, frescos y resguardados del sol, divididos en varios compartimentos humildes, pero aseados hasta la exageración, todo brillante, sin desorden, todo cuidado por la santidad de unas mujeres que tratan con todo cariño a los pobres ancianos, que trabajan en manualidades sencillas cuidadosamente.
La despensa produce tristeza, solo algunos trozos de tocino cuelgan del techo, producto de las dádivas de ganaderos de la provincia. Se queja la Superiora de que el Ayuntamiento les cobra el arbitrio correspondiente y se queda callada por haber dicho algo que pudiera molestar a las autoridades. Pero el periodista conmina a los Concejales para que tal práctica termine, cuando se trata de unos ancianos que no tienen qué comer, abandonados a la piedad y acaso en sus últimos días.
Pregunta si la Diputación Provincial contribuye con alguna limosna y la respuesta es que antes les daban unas 500 pesetas, pero hace cuatro años que retiraron el socorro.
Mejoró su situación económica a partir del momento en que el ganadero don Alipio Pérez Tabernero comenzó a organizar el «Festival de las Hermanitas de los Pobres» el 18 de setiembre de 1947, al que acudieron, anualmente, las figuras más relevantes de la torería.
Se añadió por Navidad el «Día del Guardia Urbano», cuyos regalos y obsequios fueron repartidos entre la plantilla al principio, pero luego se hizo costumbre enviarlos al Asilo y desde 1997 organiza una caravana el Automóvil Club, con el que colabora el Museo de Historia del Automóvil.