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Las «Hermanitas» en el palacio de las 4 torres

Solo vivían de las limosnas y para ello salían todos los días dos hermanitas a pedir por las casas

Martes, 16 de septiembre 2025, 05:30

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Ya dijimos que el primer Asilo de las Hermanitas de los Pobres estuvo en la calle de Padilleros, nº 15, en 1872, aunque no que el inmueble fuera propiedad de de la Casa del Pueblo.

El nuevo Asilo lo tuvieron en la plaza de santa Eulalia, propiedad de don Tomás Sánchez Ventura, Alcalde Corregidor entre 1860 y 1868, conocido hoy como la Torre del Aire, a donde llegaron las Hermanitas tras arduos trabajos, limosnas y economía en 1878.

«Un reporter», en crónica del 14/06/1910 en El Adelanto apunta una serie de detalles de la vida de los asilados. El edificio impresiona hondamente y aunque hermoso y admirable refugio de paz y amor, de santidad y dulzura, para que los asilados disfruten de una vida tranquila, no estaba preparado para el nuevo uso y hubo que adaptarlo.

A la entrada, la portería y el recibidor, una modesta salita con una docena de sillas de bayón, una mesita de escritorio, unos cuadros de tema religioso y el retrato de Su Santidad Pío X. Traspasado el zaguán un patio en cuyo centro se eleva una hornacina con la imagen de la Virgen y a la izquierda se encuentra la cocina moderna, de reciente donación, de las llamadas económicas y en cuya sala se efectuaban obras de importancia para su ubicación.

En la planta baja, 7 dormitorios donde descansan los 62 ancianos, allí acogidos, en camas modestísimas pero limpias y algunas ya dotadas con somiers, donados por personas pudientes. El pasillo de los dormitorios conduce a un jardín huerta donde los asilados pasan las horas de recreo, respirando aire puro o entreteniéndose en labores agrícolas. Algunos dormitorios son muy espaciosos y todos de alto techo, grandes ventanales y enjabelgados de blanco. En el piso alto están instalados 6 dormitorios distintos para las mujeres, en los que duermen las 53 ancianas que hay en el establecimiento, una de ellas de 93 años. En el mismo piso se encuentran bien ordenados roperos, tendederos de piezas lavadas y palomares.

Los comedores o refectorios están cada uno en un piso con amplios salones y alargadas mesas. En un cuarto, al pie de la huerta, guardan las hermanitas sus vacas y en el otro ala del edificio tienen sus modestísimas celdas, aparte de enfermería y capilla. Los roperos almacenan montones enormes de ropas, cuidadosamente colocadas y aunque estén llenas de remiendos, lucen limpias como la plata, con destino a los asilados, donadas por personas caritativas. La limpieza es signo distintivo del Asilo.

A las 6 de la tarde cenan, a poco se acuestan y muchos hay (ciegos algunos) a los que se les tiene que desnudar y vestir. Se levantan a las 6 de la mañana en verano y después de oír misa en la capilla, desayunan para después salir a la huerta a trabajar, a descansar en los pasillos o a disfrutar del jardín, para comer a las 12.

Las 14 monjas son las que no descansan ni un solo momento con un trabajo perfectamente distribuido y, así, una se encarga de los roperos, otra de la cocina, aquella de los dormitorios, otra de la portería y así todos los quehaceres sin una que no tenga labor asignada. Las asiladas, a las que su estado de salud se lo permite, suelen ayudar a las hermanas que tienen diversas nacionalidades: una belga, otra suiza, 3 españolas y el resto francesas.

Hay que tener en cuenta que en aquellos momentos ya estaban esparcidas por todo el mundo con unos 340 Asilos, en los que albergaban a 49.000 asilados. La Comunidad estaba formada por más de 5.000 monjas con una vida de pobreza y que gracias a la reconocida caridad del pueblo van sosteniendo las benéficas casas que tantos beneficios reportan a la vejez.

No pueden admitir dotes ni rentas, solo viven de las limosnas diarias y para ello salen todos los días 2 hermanitas a pedir por las casas de la ciudad y por los pueblos cercanos, donde personas muy conocidas y otras que ocultan sus nombres, hacen importantes donativos, destacando entre ellos don Manuel Josué Sánchez-Tabernero y Vicente, marqués de Llén, a quien se deben muchas de las mejoras efectuadas al llegar al nuevo domicilio.

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