Andrés Cucurull «Cucurucho», aspirante a suicida
Todo le salía mal, por lo que llegó a pensar en el suicidio, al estar solo en la vida y debiendo 3.000 duros a un usurero
En El Adelanto del 12/12/1901 aparece una simpática crónica de Ramiro Blanco.
Se trata de un señor llamado Andrés Cucurull, de apodo «Cucurucho», ... por ser muy alto y delgado, que es el rigor de las desdichas, pues todo le sale mal, por lo que llega a pensar en el suicidio, al estar solo en la vida y sin una sola peseta, debiendo 3.000 duros a un usurero de la localidad, además de padecer del estómago desde hace cinco años.
El usurero era Lorenzo Manguela, podrido en oro, genio insufrible y fuerzas hercúleas considerado temible. Su única ilusión era poseer la Gran Cruz de Beneficencia.
El bueno de Cucurull se tendió en la vía férrea esperando que el tren le partiese por la mitad, pero el guarda agujas se percató y avisó con señales al maquinista, que paró unos metros antes. Colgado de una viga, se rompió la cuerda. Tirado de cabeza al río desde lo alto del puente, cayó muellemente sobre una barcaza de heno, maldiciendo su estrella.
Por fin se le ocurrió la luminosa idea de hacerse matar por don Lorenzo y le escribió una carta: «Señor don Lorenzo Manguela, es usted un tío canalla y me consume la impaciencia por acogotarle de un puñetazo o abrirle un agujero en el cráneo, para ver toda la estopa que hay dentro. Se las echa usted de valiente, pero yo siempre le he tenido por un gallina, sin embargo, si es usted hombre efectivamente de coraje, dé un paseíto esta tarde, de cuatro a cinco, por la orilla del río, al otro lado del puente, junto a un grupo de árboles que allí hay y en tal sitio y encontrará al que en vez de darle las 15.000 pesetas, le dará 15.000 patadas, por indecente. A. Cucurull.
Remitida la carta esperó tranquilamente la hora de la cita, pero le asaltó la duda. ¿Y si este hombre, por enfermedad, o por haber salido del pueblo, o por otra circunstancia cualquiera, no puede acudir al sitio señalado? Hay que preverlo todo, porque yo no aguanto ni un día más. ¡Hoy dejo zanjados todos mis asuntos!
Combino para ello un plan diabólico. Primero cogió una pistola con munición suficiente, después preparó una cuerda bien sólida que untó con sebo, luego se procuró una fuerte dosis de arsénico y con todos estos adminículos salió de casa, poco antes de las tres y se encaminó hacia el río. Iba pensando: Si ei verdugo no aparece tomo la pócima, después me cuelgo de la rama de un árbol que caiga sobre el río y al mismo tiempo me pego un pistoletazo en la sien. De todo lo cual resultará que, si no me hace efecto el veneno, será la bala y si falla el tiro, quedaré ahorcado y si se rompe la cuerda me caigo al agua y me ahogo… Infaliblemente hoy reviento de una vez.
Sucedió lo que había previsto, no acudió a la cita el acreedor y ya cerca de las cinco se puso a realizar por fin el espeluznante programa. Pero… al dispararse el tiro, dejándose caer para quedar ahorcado, la bala, mal dirigida, cortó la cuerda y nuestro hombre cayó al río.
En aquel momento llegaba a todo correr, hecho un energúmeno el señor Manguela, al cual no habían entregado a tiempo la insultante epístola. Vio caer al agua a Cucurull y borrándosele de repente toda la cólera de que venía poseído, al considerar que se le presentaba una magnífica ocasión de hacer méritos para ganarse la ansiada Cruz de Beneficencia, sin vacilar, se tiró de cabeza al río y no sin correr grave peligro, logró salvar a su deudor.
El epílogo de esta aventura, seguramente cierta, es que don Andrés Cucurull andaba tan campante por el pueblo cinco días después. Manguela consiguió la Cruz y quedó tan agradecido a Cucurucho, que no solo le perdonó la insultante epístola, sino que le perdonó también la deuda y más adelante le facilitó más cantidades, con las que el hombre, vencido ya su mal sino, pudo reponer su crédito y vivir con cierta holgura.
Además, de resultas del agua que tragó, expulsó todo el veneno y le curó de raíz la enfermedad del estómago. Hoy está gordo, colorado y satisfecho de la vida.
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