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Mirando hacia atrás con ira

La historia reciente latinoamericana (desde 1898) ha sido una cadena de desgracias políticas y sociales

Domingo, 18 de mayo 2025, 05:30

La historia reciente latinoamericana (desde 1898) ha sido una cadena de desgracias políticas y sociales, y pensando en esto me vienen a la memoria dos personas: Jorge Masetti y Régis Debray.

Estos dos hombres, estas dos vidas que se han cruzado sin tocarse, pretenden aherrojar lejos de sí su propia historia, siendo la de Masetti, a mi juicio, más trágica que la de Debray.

Jorge es hijo de Ricardo Masetti, un periodista argentino fundador de Prensa Latina, la agencia de noticias que puso en marcha la Revolución cubana. Amigo y compatriota de Ernesto Guevara, Ricardo Masetti volvió a la Argentina en 1964 con la intención de poner en marcha una guerrilla en la zona de Salta. No sobrevivió al intento y su cuerpo nunca fue encontrado.

Jorge, un niño de nueve años cuando murió su padre, fue prohijado por la Revolución, que hizo de él un «revolucionario profesional». Salió por primera vez de Cuba para ir a Buenos Aires. Huyendo de una muerte cierta a manos de la dictadura militar que derrocó a la esposa de Perón, vivió el exilio en Italia, retornando más tarde a Cuba para, poco después, volver a salir hacia Nicaragua, donde luchó en las filas del Frente Sandinista.

Después, siempre bajo las órdenes de Piñeiro, encargado, entre otras labores, de los asuntos latinoamericanos en el PC cubano, trabajó como enlace con los distintos movimientos insurgentes en México, Colombia, El Salvador... y Chile. Todo un itinerario que culmina, en vísperas de la caída del muro de Berlín, con un matrimonio en La Habana. Su esposa, Ileana, era hija de Toni Laguardia, fusilado por los Castro.

Jorge Masetti supo salir a tiempo de aquel agujero negro y expresó su triste pasado con claridad. También fue ese el caso de Débray. Su visión de Fidel Castro e incluso del Che, con quien Debray estuvo en la guerrilla boliviana, tienen tal poso de amargura, tamaño desprecio, que el lector llega a dudar, no de la verosimilitud ni de la verdad que encierran tan crueles retratos, sino de la posibilidad de que el autor pueda extraer de su propia memoria la luz con la cual iluminar un itinerario vital que, con menos protagonismo que el suyo, ha sido el de millones de seres humanos.

El hecho de que algunos, cual Francisco de Borja, se hayan «abrasado el alma en sol que apagarse puede» y hayan servido con entusiasmo ciego a señores que, a la postre, se convirtieron en gusanos, no les autoriza -creo yo- el uso torticero de su propia memoria.

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