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Tiene algo muy peculiar la sanidad española —no sé las demás, porque no las conozco—, y es el efecto en cadena que se produce cuando un grupo de profesionales demanda algún tipo de derecho o mejora en sus condiciones laborales. Acto seguido, el resto de protagonistas del sistema sanitario se pone a la cola para exigir otras conquistas, en proporción a su categoría.
Lo hacen con un argumento que, incuestionablemente, es cierto: «Sin nosotros no habría sanidad pública» o «sin nosotros no funcionarían los centros sanitarios». Dicho de otro modo: huelga.
Es verdad que sin médicos no hay medicina, igual que sin enfermería no sería viable abrir un hospital, o que sin técnicos sanitarios superiores nadie haría funcionar la tecnología más importante de estos centros sanitarios... Y así, sucesivamente.
Sin entrar a valorar quién es más imprescindible entre los necesarios, es innegable que en la cúpula de la pirámide están los médicos. Porque suya es la formación más exigente y porque asumen las mayores responsabilidades del acto sanitario. Suele pasar en toda pirámide que la parte alta es también la más estrecha: no hay suficientes médicos para todas las consultas existentes.
El mercado es como una balanza. Si se produce un desequilibrio entre oferta y demanda, hay una parte que se hunde y otra que se eleva. La de arriba es la que tiene la sartén por el mango.
Dentro de unos años, va a dejar de ser así, porque las previsiones ya apuntan a que regresará el paro médico. Pero, a día de hoy, los médicos de determinadas especialidades escasean y, por lo tanto, están en condiciones de decidir y de exigir. Todo lo que no conquisten ahora difícilmente lo conseguirán cuando las administraciones públicas vuelvan a tener amplias bolsas de trabajo donde elegir.
Ahora mismo, los médicos están negociando con el Ministerio de Sanidad una serie de cambios en el Estatuto Marco para toda su profesión. No piden nada incoherente ni abusivo, pero sí dejan claro que están dispuestos a hacer valer su derecho a la huelga. Acto seguido, los políticos vuelven a sentarse a la mesa. Entre amagos de «me levanto y me voy», van ya cuatro reuniones y todavía no han sacado nada en claro. Parece que se avanza, pero en el horizonte sigue flotando la amenaza de una gran huelga general el próximo 23 de junio.
Sucede que el resto de categorías profesionales toma nota y pregunta: ¿qué hay de lo mío?
El colectivo de TCAE intentará que se actualice su clasificación profesional —que data de 1973— a C1, ahora que se ha derogado su bloqueo. En realidad, se derogó hace dos años, pero no ha habido movimientos para mejorarlo y tampoco se escucha que les estén haciendo mucho caso.
Los técnicos superiores sanitarios también piden escalar en el alfabeto de las profesiones sanitarias y pasar al grupo B. Además, desean que se considere su formación como un grado universitario, como sucede en otros países europeos, y no como formación profesional. Pero ambas peticiones están siendo desoídas por Sanidad, y ya han convocado una huelga nacional para los dos primeros días de junio, con la esperanza de no tener que cumplirla.
La comparativa entre unas medidas de presión y otras deja claro que cada situación de negociación es diferente. A lo mejor esa categoría profesional no tiene un déficit de personal como la de los médicos. A lo mejor, si amenazas con no aceptar un puesto de trabajo, según sales por la puerta te cruzas con la fila de los que vienen ya a sustituirte.
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