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La tragedia de Valencia vuelve a revelar lo mejor de las personas y lo peor de la política. Estos días he podido hablar con muchos compañeros que vienen de pisar el barro y todos repiten dos palabras: caos y abandono.
No se puede gestionar peor el antes, el durante y el después de la catástrofe. No se puede convertir a una administración en un obstáculo y no hay derecho a que se obstruya el talento y la competencia de miles de funcionarios, por las malas decisiones o la inacción de sus dirigentes de turno.
A Carlos Mazón, el presidente valenciano, le ha venido muy grande todo lo ocurrido. El día del aguacero recogió un premio por la mañana, se fue de comida a mediodía y llegó tarde a la reunión del centro de control, cuando ya se estaban inundando algunos pueblos. Él, como todo su gobierno, no supo prever lo que se les venía encima y avisaron a la población cuando la situación era incontrolable. Podría haberlo intentado solucionar a partir del día siguiente, cuando ya tenía a ciudadanos subidos en los tejados o agarrados a una rama. Bastaba con pedir todos los medios necesarios y saber organizarlos. Pero no hizo ni una cosa, ni la otra.
En el otro lado, estaba Pedro Sánchez, recién llegado del engañoso baño de masas de la India. Y, como ya hizo durante la pandemia, el presidente prefirió parapetarse bajo el paraguas de la cogobernanza para intentar eludir sus responsabilidades. Viendo que el drama podía ser mayúsculo, Sánchez optó por dejar la gestión en manos de Mazón, a pesar de ser consciente de que estaba sobrepasado por los acontecimientos. Y fue entonces cuando dijo aquello de que si necesitaban más ayuda, que la pidieran. Una frase que nadie olvida en la zona cero de la tragedia.
Unos y otros optaron por la estrategia, en vez de trabajar juntos. El dirigente autonómico no quiso parecer frágil, pidiendo más refuerzos o cediendo la gestión de la crisis. Y Sánchez no quiso cargarse con el marrón del barro generado tras una desastrosa gestión inicial. Y además, el presidente, no veía como malos ojos la probable caída de un barón del PP.
Y en medio de todo esto, los ciudadanos. Las víctimas del fango, de verdad, y no del imaginario inventado por Sánchez para tapar sus escándalos. Las cifras son dramáticas, el Estado ha hecho aguas y la imagen del país en el extranjero ha quedado por los suelos. Es vergonzoso que a estas alturas siga habiendo desaparecidos. La vida ya no será nunca igual para miles de personas. Y todo porque hay políticos que no están a la altura. Es terrible, pero es así.
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