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Conocí a Santiago Juanes, radiofónicamente hablando, un 1 de julio de 1991. Antes ya lo había tratado cuando él iba a ayudar a su madre, la señora Rita, al bar de los Salesianos. Aquel día de verano entré a hacer prácticas en la mayor y la mejor escuela que pude tener para empezar a caminar en esta profesión, la emisora de Antena 3 Radio en Salamanca.
Al principio me pusieron para ayudar a Manolo Herrero, la extensión de García en la ciudad, en los deportes. Pero fue Chago quien me dio la alternativa ante el mítico micrófono de la «a» y el «3». Me dijo que me preparara algo de un eclipse solar que iba a haber en esos días. Así que me busqué la información (entonces no había internet) y me escribí unas notas en una de las «Olivetti» de la redacción. La intervención le gustó y a partir de entonces empecé a trabajar para su «Viva la gente de Salamanca».
No hacía falta tener mucho olfato periodístico para darse cuenta de que Chago era un animal radiofónico. Se sentaba ante el micro con unas pocas notas y se hacía un programa de dos horas perfectamente hilado. Tenía todo en su cabeza y sabía adaptar los contenidos a cada momento para darles el ritmo necesario y no dejar decaer el interés. Si te enchufabas al mediodía era muy difícil que no llegaras con él hasta el final de la mañana, porque su programa era como una de esas melodías que te acompañan sin que te des cuenta.
Santiago Juanes era la radio y la radio local no hubiera sido la misma sin él. Me maravillaba ver cómo abría los teléfonos y en menos de 15 segundos ya entraba la primera llamada. Consiguió integrar a los oyentes en el programa para que se sintieran protagonistas. Era la radio cercana por antonomasia. La que informa y entretiene, la que te habla como si el locutor fuera un amigo tuyo de toda la vida. La que te cuenta lo que pasa en tu calle. La radio analógica del «revox» y las «cuñas», hecha con un punto artesanal que ya no existe.
Su gran pasión era pasear por los rincones de Salamanca. Después los desmenuzaba en una de las mayores enciclopedias escritas sobre esta ciudad. Con él compartí muchos buenos momentos y muchas anécdotas. Incluido el día en el que nos intentaron volcar la unidad móvil, tras el «Davilazo» en la Diputación.
Esa fue mi gran escuela y Santiago, uno de mis grandes maestros. Ahora leo que se jubila aunque eso es imposible, porque su voz en esta provincia será recordada para siempre.
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