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Me gustan estos veranos de Eurocopa o de Mundial. El fútbol es uno de los pocos territorios que nos van quedando para exhibir esa unidad tan necesaria y a la vez tan ausente en demasiados ámbitos de nuestras vidas.
Estos días la bandera no es de nadie porque vuelve a ser de todos. Y el himno, aunque sea cantado con el «lolololo», nos reúne a la gran mayoría de la sociedad más allá de las diferencias.
El fútbol aparca todas las discusiones políticas y las conversaciones comienzan a girar en torno a ese seleccionador que todos llevamos dentro.
A España le cuesta engancharse con España. Hemos sufrido muchos años de personalismos, de guerras de trincheras trasladadas al deporte que hacían que mucha gente no se quisiera reconocer en el equipo nacional. Hemos tenido que convivir demasiado tiempo con el narcisismo de Clemente o de Luis Enrique. Cuando los éxitos casi siempre han llegado por el lado de la confianza en los mejores.
Así lo hicieron Luis Aragonés y Vicente del Bosque en los años dorados de la selección, cuando apostaron por el talento en detrimento del ego. Ahora parece que Luis de la Fuente sigue esa senda y España vuelve a reunirse en torno a un equipo.
Siempre me he preguntado por qué casi ningún gobierno de la democracia le ha dado importancia al deporte con lo trascedente que es para la salud de un país, para su estado emocional y para la construcción de una memoria colectiva.
Nunca ha habido ningún ministerio. Siempre lo meten en el cajón de sastre de Cultura y nombran a secretarios de Estado poco reconocibles. Y la respuesta quizá esté en que al final el deporte es una de esas muchas realidades en las que los dirigentes suelen estar muy por debajo de sus subordinados. Como ocurre tantas veces en la política.
La Federación Española de Fútbol es el mejor ejemplo de cómo se puede elegir a los peores para gestionar a los mejores.
Es difícil entender cómo sujetos de la talla de Ángel María Villar, que llamaba al deporte «furgol», o Luis Rubiales hayan podido gestionar tanto talento con tan poca capacidad para hacerlo. Es deprimente que Pedro Rocha sea nuestra representación institucional en esta Eurocopa, al lado del Rey Felipe VI. Es como para desilusionar a cualquiera.
Menos mal que en España ya sabemos que el talento muchas veces emerge a pesar de los dirigentes que tenemos.
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