Un papa a medida
La muerte de Francisco ha multiplicado los tipos de papa, al mismo ritmo al que han aparecido presuntos «Vaticanólogos» dispuestos a adjetivar la labor del Sumo Pontífice al frente de la Iglesia Católica. Han sido muchos los que se han construido un papa a la medida, como si la figura de Francisco fuera una «Barbie», que puede vestirse de progresista o de conservadora, de sencilla o de sofisticada, dependiendo de la hora del día. Unos han destacado su bondad y su cercanía, mientras otros han ahondado en su fuerte carácter y su personalismo. Y hay quien ha dibujado un papa medio sacrílego, mientras el resto le pintaba como un buen doctrinario.
Me confieso incapaz de sumarme a ningún bando, porque seguramente el papa Francisco no haya sido ni lo uno ni lo otro. Es verdad, que desde fuera, y sin ser aspirante a teólogo, ha parecido un papa diferente que ha llenado de contrastes el Vaticano. Llamó la atención desde el principio por la sencillez de su nombre y de su vestimenta, en medio del boato cardenalicio. También por la cercanía de sus reflexiones, en un entorno dado al eufemismo. Y sorprendió acordándose permanentemente de los pobres desde el lujo del Vaticano.
Muchas contradicciones, que sin embargo, han puesto de manifiesto una cosa. Y es lo difícil que es remover los cimientos de la Iglesia. Hay quien lo ha tachado de revolucionario cuando apenas ha cambiado las cosas. Ni siquiera sabemos si lo ha pretendido. Solo tenemos constancia de que ha estado 12 años en el cargo y de que muchos de los grandes desafíos que amenazan a la Iglesia, son los mismos que antes de su llegada.
El catolicismo es una fe que va a la baja en muchos lugares como España, las vocaciones están desplomadas y la capacidad de la Iglesia para influir en la vida pública y en los modos de vida de la sociedad es cada vez más limitada. Y eso que tienen instrumentos al alcance de muy pocos. Porque el poder de movilización de un papa no es comparable al de ningún otro dirigente en el mundo.
Todavía recuerdo con mucha nitidez la primera vez que vi a Juan Pablo II en persona. Fue en su visita a Salamanca. Tan solo tenía 10 años, pero la luz de aquel personaje me deslumbró. Le recuerdo saludando a la multitud desde su «Papamóvil» en la Gran Vía de Salamanca, mientras tirábamos papelitos blancos al aire. Yo estaba en un balcón y su imagen y el aura que desprendía, se me quedaron grabadas para siempre.
No sé qué tipo de papa elegirá ahora la Iglesia. Francisco ha sido un Pontífice de gestos, más que de logros. Y eso demuestra que el Vaticano es una epistocracia atípica, en la que quizá manda más el «poder establecido» que el propio líder.