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Se atribuye a Otto Von Bismarck, artífice de la reunificación alemana, una frase de hace casi más de dos siglos : «España es el país más fuerte del mundo, los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido» aseguró. Lo trágico de la sentencia ... es que valía para el pasado, para el presente y quizá para el futuro. Después de casi 50 años de democracia, parecemos empeñados dar la razón al «Canciller de Hierro». Esta semana hemos tenido varias muestras, que revelan ese empecinamiento autodestructivo que nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia. No conozco ningún país del mundo civilizado que no sea capaz de reunirse en torno a las víctimas del mayor atentado terrorista de su historia. Aquella matanza indiscriminada del 11-M se politizó desde un primer momento, lo que generó confusión, enfrentamiento, desprecio a la memoria de las víctimas y una falta de respeto al trabajo de la Policía que era la encargada de detener a los asesinos. Esta semana, hemos presenciado cómo nadie es capaz de reconocer errores. De hacer autocrítica para cerrar heridas y para hacer un acto unitario en torno a los supervivientes y a las familias de las víctimas. La polarización sigue empañándolo todo, incluso lo que debería estar por encima de la política.
Otro ejemplo de ese masoquismo es la aprobación de la ley de amnistía. Es impensable que un gobierno de otro país de nuestro entorno borre delitos tan graves como el terrorismo, la alta traición o la corrupción, sin pedir nada a cambio y con el objetivo de conseguir una investidura. Es más descabellado pensar que un ejecutivo pueda dejar en manos del prófugo que se va a beneficiar de la norma, la redacción de la ley, mientras promete la reincidencia. El disparate llega al punto que la amnistía se ha aprobado al día siguiente del adelanto electoral en Cataluña. Sánchez se queda sin presupuestos y la legislatura se tambalea. Es decir, puede que los delincuentes que se van a beneficiar del olvido, le acaben sacando de La Moncloa, cosa que hace más absurdo el perdón. Nos esperan meses poco prometedores. En abril hay elecciones vascas, en mayo catalanas y en junio europeas. En eso se centrarán los esfuerzos de nuestros gobernantes y del resto de los partidos. Y mientras tanto, la multitud de problemas cotidianos que hay que solucionar quedarán aparcados. La polarización y la crispación seguirán mandando en los discursos. Por desgracia, estamos acostumbrados. Nuestra fortaleza, como decía Bismark, consiste en haber sobrevivido a desgobiernos como este. Pero nuestra gran debilidad sigue siendo no aprender de los errores del pasado y permitir que se repitan.
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