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Pedro Sánchez es un presidente con pocos precedentes que toma decisiones sin precedentes. El lunes alumbrará su decisión coincidiendo con el día de San Pedro Mártir. Una coincidencia para remarcar el inefable victimismo de su epístola a los españoles. Se vaya o se quede, Sánchez lo hará después confirmar por escrito su adicción al egocentrismo. El líder del PSOE confirma con su relato que confunde la democracia con su persona, la Justicia con sus intereses, la estabilidad del país con su estado de ánimo y la impunidad con su familia. De todo lo escrito por el presidente, en lo que sus acólitos definen como la confesión desgarradora de un hombre agotado, llama la atención una pregunta. ¿Merece la pena todo esto?, se cuestiona, dando a entender que lo ha dado todo por España a cambio de que le vapuleen a él y a su esposa. Resulta llamativo leer ese interrogante, escrito por un político que hasta hoy ha sido capaz de todo a cambio de seguir en el puesto.
Yo me hago ahora esa pregunta, con la diferencia de que llevo mucho tiempo haciéndomela. ¿Merece la pena haber promovido la amnistía del fugado Puigdemont y de sus cómplices, para conseguir una investidura? ¿Ha salido rentable rebajar el delito de malversación o aprobar los indultos cuando los beneficiarios siguen prometiendo reincidir? ¿Ha sido un acierto darle la mano a Bildu, hacerles socios preferentes del ejecutivo, entregarles el Ayuntamiento de Pamplona o pactar con ellos en Navarra, para luego hacerse los sorprendidos cuando se niegan a reconocer el terrorismo de ETA? ¿Ha sido bueno para la sociedad aprobar una ley, que ha puesto en la calle de decenas de violadores por el empecinamiento de una ministra a la que luego se ha defenestrado? ¿Ha supuesto algún beneficio para el país el viraje histórico con Marruecos y el Sáhara? La retahíla de preguntas podría continuar porque las líneas rojas que se han traspasado se han sostenido en el tiempo. El presidente ha tenido muchas oportunidades para plantearse esa cuestión. De hecho, ojalá se la hubiera formulado en bastantes ocasiones teniendo en cuenta el peso de muchas de sus decisiones. Sin embargo, nunca parece haberlo hecho y si lo hizo, siempre ha antepuesto su interés personal al general. Ahora lo vuelve a demostrar. Porque solo se hace esa pregunta en público cuando un juzgado abre diligencias para determinar si se debe investigar o no a su esposa. Sánchez vuelve a confundir el cargo con su persona y pone a la institución en manos de una decisión particular y familiar.
Pase lo que pase el lunes la pregunta seguirá vigente. Si dimite tendrá más sentido que nunca. Si se queda debería hacérsela más a menudo.
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