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Se acaban las fiestas. Se acercan los Reyes y todos sabemos que después de la ilusión toca poner fin a la Navidad. Me gustan estos días. Las tradiciones se mantienen intactas, año tras año, y se resisten a la invasión de fiestas extranjeras, importadas por el esnobismo absurdo de quien se considera más moderno, por abrazar las costumbres de fuera.
Este año se ha sumado la niebla a la decoración navideña de Salamanca. La bruma ha aumentado los reflejos de las luces y ha acortado los paseos porque el frío, cuando es húmedo, busca cualquier rincón entre el abrigo y la bufanda para colarse hasta el tuétano. He viajado dos veces entre Madrid y Salamanca y en las dos he cruzado esa pared construida a base de minúsculas gotas suspendidas en el aire. El sol siempre ha quedado atrás, como la esperanza de encontrarlo iluminando la plaza o dorando la calle Compañía.
Pero todo eso es lo de menos. Lo de más es reencontrarse con la familia y con los amigos. La Navidad es también esa época en la que coincidimos muchos de los que vivimos fuera, porque todos volvemos a casa por estas fechas. Los almendros, como en el anuncio del turrón, regresamos por unos días al lugar en el que vivimos hasta que el trabajo nos llevó fuera. Somos muchos los que estos días nos hemos reunido para tomar un café, una caña o irnos de pinchos. Y eso ha hecho difícil encontrar un mínimo hueco en muchos bares, a casi cualquier hora del día.
Los almendros nos tenemos muchas cosas que contar. Afortunadamente en muchos de los grupos siempre hay alguien que se ha quedado a vivir en Salamanca y nos pone al día de las últimas novedades, en torno a los antiguos alumnos del colegio o de la Universidad. Nos gusta recordar anécdotas y charlar acerca de los que son hoy los comercios o los bares a los que solíamos ir hace muchos años. Tampoco renunciamos a hacernos alguna foto en los rincones más bonitos de la ciudad, para subirlas a las redes sociales o compartirlas en los grupos de whatsapp y así presumir del sitio tan maravilloso que nos vio nacer.
Pero si algo sabemos hacer los almendros, es comparar la evolución de la ciudad. Somos testigos de sus avances o retrocesos cada año y notamos más los cambios que el resto, porque no estamos tan metidos en su día a día. Y yo a Salamanca, la veo reluciente por fuera pero sin grandes cambios por dentro. Me gustaría ver más comercios abiertos y más tejido empresarial. Y así no habría tantos almendros. Le pido a los Reyes que en esta ciudad haya más oportunidades para que la juventud pueda elegir si quiere vivir aquí, o venir solo por Navidad, como los almendros.
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