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@XES es el título impronunciable de la revista que ha desatado la polémica. El subtítulo, «Propuestas artísticas para una nueva arquitectura social». Y como pagadores, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), adscrita al Ministerio de Asuntos Exteriores, y el Ministerio de Igualdad. Porque nada como contar con la caja de dos Administraciones para que los creadores de un bodrio salten como «loques» por haber podido sacar su proyecto adelante.
Me he colado en Google para saber de qué iba el asunto y he hojeado la revista. Y para andar más orientada, he asistido (on line) a la presentación que se hizo el pasado mes de junio. En la sala, «artistxs», «creadorsxs», «pensadorsxs» y una de esas secretarias de Estado que siempre hacen falta como apoyo institucional. A los «disidentes sexuales» -así se hacen llamar «artistxs», «creadorsxs» y «pensadorsxs»- les resulta arrebatador tener a pie de tribuna algún florero de alto nivel para poner glamur en la sala. Muy especialmente cuando se trata de un proyecto que busca llevar sus propuestas artísticas fuera de nuestro país, y convertirlo en herramienta de trabajo de programaciones culturales que borren las diferencias de sexo y ayuden a crear una sociedad más abierta.
Hasta ahí nada que decir. Nada, si no fuera porque en pos de sus propósitos, una vez más y ya van muchas, hayan querido dar voz a su identidad sexual mofándose de la Iglesia. El «crucificado» que aparece en @XES, además de ser un insulto a la libertad de los creyentes, es un ataque a la estética del arte de la desnudez humana. Ni el diablo se atrevería a pensar en Jesucristo de forma tan grotesca y fea, créanme. Pero los nuevos arquitectos sociales están obsesionados con ese tener que exorcizarse públicamente los «pordentros», para limpiar su pasado de tías beatonas y abuelos meapilas, sacar otros sapos fuera y hacerle sitio a sus nueras. Y nada como fiárselo a los presupuestos oficiales, aunque vaya en detrimento de las muchas necesidades que tienen grupos sociales altamente vulnerables. La igualdad sexual se normaliza con la educación y el respeto, y sin tanto carnaval. Una sociedad abierta es la que vive y deja vivir. Me da igual con quién o qué satisfaga sus instintos sexuales cada cual. Lo que ya no me da lo mismo es que la «nueva arquitectura social» pretenda que nuestros impuestos, además de pagarle sus irrespetuosos panfletos, corran con los gastos de las «Embajadas travestis», la «Diplomacia no-binaria» y los «Institutos Queervantes» que tienen en mente abrir fuera de España. ¡Se nos está yendo la pinza!
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