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Tras poner fin a su viaje a Salamaq, el campo ha vuelto al campo: los ganados a sus pastos, y los agricultores y ganaderos a sus pequeños pueblos y oficios. Personas y animales han regresado a casa satisfechos de una cita que, con o sin la presencia del señor ministro del ramo, dicen que va a más. De otro modo no podrían explicarse las multitudes que se han paseado por el recinto ferial con el fin de ver, aprender y disfrutar. Salamanca y su provincia, por querencia o raíces, llevan el campo a gala en sus entrañas, aunque algunos augures -un punto pasados de lígrimos- siempre anden relamiendo la quejumbre de que el sector no cuenta con el apoyo y comprensión de los que ni son ni viven del campo. Personalmente no comparto esta opinión, porque estaría desagradeciendo la generosidad de los miles de hombres y mujeres que espontáneamente salieron al encuentro de las protestas agrarias que se sucedieron en las ciudades, sin mirar por encima del hombro a labradores y ganaderos, y sumándose con largueza de aplausos a sus fatigas, penas y reivindicaciones.
Nunca como hoy, el campo está más necesitado de afectos externos al campo. A las grandísimas dificultades que tiene para sobrevivir con dignidad, se unen las embestidas de los snobs parlamentarios que se han tirado a matar para ir contra el consumo de carne, contra la contaminación de las vacas, o, contra la lucha de los ganaderos por defender sus cabañas de depredadores como el lobo. Como no hace mucho me comentaba un sabio del terruño, todo tonto que en este país últimamente empuña cartera, aprisa se empeña en anunciar «tontería doctoral». De momento, ya van unos cuantos, aunque no se atrevan a pisar feria, por si acaso pican por de más las moscas. Mejor que vengan a la feria los que miran al campo con más entusiasmo y amables ojos. Mejor esos niños que corretean por los corrales para llenarse de conocimientos y sorpresas que ya no se aprenden en los libros. Salamaq es una extraordinaria escuela de naturaleza animal para dar visibilidad y voz a ese campo y mundo rural que tanto lo necesitan. Me consta que a los profesionales del sector les gusta compartir con los que no saben sus experiencias. Me consta que complacen sus oídos cuando la gente piropea lo que se muestra en sus corrales. Me consta que, a pesar de sus duras jornadas de enero a enero y de sol a sol, quieren seguir en la brega y en Salamaq. Aunque sepan que, de aquí a la próxima edición, habrán de volver a tener que poner el grito ante las puertas de una Administración, cicatera en ayudas y desmesurada en controles y burocracia. El cuento de nunca acabar.
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