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Fue a poco de que Pedro Sánchez ocupara Moncloa cuando comenzaron a disiparse los efluvios. Daba igual la dirección en la que las gentes aletearan las narices. El caso es que toda parte dio en traer olores inquietantes, desagradables, como de cloaca infecta, como de hedor de caca, pero tufos al fin. Una suerte de emanaciones gaseosas que se iban expandiendo a lo ancho y a lo largo de la geografía nacional, hasta dejar los aires patrios corruptos al olfato y sospechosamente enrarecidos. No tardaríamos mucho en advertir que no eran simples recelos, sino la más dura realidad. España había comenzado a corromperse desde sus principios constitucionales más básicos y ahora la democracia ya huele a necrosis, a política pocha.

Pedro Sánchez, como buen tirano, se tomó su tiempo. Una forma de hacer de esas que dicen «de poco a poco», de sin prisa pero sin pausa. En nómina monclovita, siempre mucamos serviles, carantoñeros y deliberadamente facilones. De esos que no osan corregir; de esos que no osan contrariar; de esos que ríen y aplauden los disparates y las mentiras del altísimo y todopoderoso jefe, porque a él se lo deben todo. ¡La diabólica seducción del poder! Cuesta creer que algunas buenas carreras personales de currículo esforzado se hayan abandonado a los designios de semejante dictador. Cuesta ver cómo la rosa ha podido florecer en tan impuros jardines. Cuesta respirar en un país tan lleno de engaño y rebosante de podredumbre. No hay poder representativo que se sostenga con cierta dignidad en el aire. Solo tufos, tufos, tufos por doquier. Aunque Pedro Sánchez se empeñe en negarle el olfato a este final de septiembre purulento que ya ha comenzado a ventear los amarillos lacios de una difícilísima otoñada.

Pero... era de presumir. A Pedro Sánchez, desde el minuto cero, los españoles siempre le han importado un bledo. De ahí que haya ninguneado a la mayor parte de España para obsequiar con generosidad a esa otra anti-España que le permite seguir durmiendo a pata suelta en Moncloa. Por tanto, que nadie se haga ilusiones esperando a que se abra la caja porque los dineros están ya convenientemente repartidos. El sanchismo, como todo régimen totalitario, huele mal y es inapelable. Por mucho que hagan como que se enfurruscan los subalternos socialistas más discrepantes y bravucones. Emiliano García-Page, por ejemplo. El de Castilla-La Mancha es quizás el barón mejor entrenado para la comedia de Pedro Sánchez. Sólo hay que verlo salir a escena y hacer ascos a los tufos que traen los vientos de España. Para mantenerse en política, hay que saber actuar.

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