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Estoy con el oído pegado a la dehesa, dejándome arrullar por los violines de un otoño muy apacible y verde, mientras las radios, televisiones y medios digitales berrean pendencias políticas que, de tan machaconas y previsibles, ya no interesan más que a los propios contendientes. Todos los demás -cada día más distanciados de esas instituciones sordas y prepotentes a las que hasta el propio Rey ha tenido que llamar la atención y pedir templanza- comenzamos a sentirnos como esa 'cosa poca' que intenta no perder la dignidad, ni dejar de celebrar los domingos de gallo o fiestas de guardar. ¡Menos mal que vamos despabilando y dándole la espalda a esta política delirante y carpanta, incapaz de pensar en algo más que no sea en sobrealimentar su ego, cuota de poder y bolsillo! ¡Menos mal! Aunque haya un «noséqué» cabal que nos obliga a darnos de cuando en cuando la vuelta por eso de mirar atrás, como sin mirar; por eso de no olvidar las pintas que tienen los malhechores, para que cuando lleguen las próximas elecciones podamos identificarlos y volver a creer que tal vez nuestro voto sirve para algo.

¡Ay, miren que seguimos siendo bobalicones y confiados! Es lo que tiene abandonarse a la contemplación azul de los cielos y perderse en el oleaje chaparro de las encinas. Llega un momento en que piensas en que todo lo más que puede venir a incomodarte son los ladridos del perro, perro; o sea, ese que fielmente guarda la casa y los ganados; o sea, un perro de los de verdad. Pero no. Ahí siguen los dóbermans, rottweilers, pitbulls y las chow chow del perifollo zurdo, que se ocupan de defender como fieras la empresa Moncloa de Perro Sánchez. Una ralea de machos y hembras a dos patas, adiestrada para dar siempre agasajo y contento al amo Pedro, faldeando incansablemente su mala sombra y peor calaña. Y como en cumplir los deseos del jefe les va el poder roer hueso, los chuchos monclovitas se empeñan en sus obligaciones a las mil maravillas. No hay más que ver la agresividad con la que enseñan los dientes y se tiran a la yugular de la España que discrepa. ¡Pobre país! ¡Ni las ventoleras más recias del otoño parecen ser capaces de sacudirle la fusca que lo tiene ensombrecido! De ahí que los 'cosa poca' ya no queramos estar demasiado pendientes de las noticias. De ahí que nos avergüence sabernos ciudadanos de una declarada tiranía. De ahí que nos asuste llegar a mañana con otro ultraje y tambarimba nueva. De ahí que nos sobrecoja pensarnos con unos pocos años más, dentro de un invierno inmenso y teniendo que dar de comer y limpiar las cacas de los mismos perros. ¡Ya sería fatalidad!

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lagacetadesalamanca De los 'cosa poca' y los chuchos