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No hay que ponerse gafas para ver cómo nos despoblamos, pero algo tienen los días de agosto que te invita a olvidar el pesimismo y tener un subidón. Sólo hace falta hojear la GACETA diaria para comprobarlo. No hay pueblo, por chico que sea, que se quede sin reseña. Igual da por procesionar un santo, bailar al son del tamboril, o reunir a vecinos y forasteros en torno a una paella amarilla o parrillada de cochino. ¿Qué más da lo que se ponga en el plato? Lo que importa es que el verano no está hecho para «tristear», y, para nuestra suerte, tenemos a la perrera política de vacaciones y no han de preocuparnos sus ladridos. ¡Qué felicidad!
Agosto es también tiempo de «veranos culturales». Un escenario festivo al que se suben músicos, actores, magos, coros... y pregoneros. Porque en esos lugares donde nunca pasa nada, es mes de verano y todos esperan que algo haya de pasar. ¡Mire a ver si nos saca usted en GACETA!, vino a pedirme una vecina de la localidad de Muñoz, el pasado martes, antes de plantarme un beso en la mejilla con olor a romero. No pude resistirme. Las gentes de las ciudades con bulto no acostumbran a carantoñas ni cucamonas, y, además, Muñoz tenía motivos de peso para pedir página. Era martes de agosto y hasta el pueblo se habían desplazado autoridades, forasteros, periodistas, historiadores, curiosos y amigos. El alcalde Cañamero había anunciado a don Julián Sánchez García y, «El Charro», a caballo, llegó puntual a la cita. La tarde fue de memoria histórica de las de verdad. La memoria que nos une con lo nuestro, con nuestra historia, con la defensa de nuestra España, sin destruirnos. La puesta en escena del homenaje al Lancero de Castilla fue un acontecimiento histórico y, ¡ojalá!, el principio de una conmemoración que convenga continuar en los años venideros. A las puertas de la iglesia de San Pedro Apóstol, donde fue bautizado el charro de patillas anchas y corazón valiente, la cultura estuvo más viva que nunca, porque no todo en los veranos culturales ha de ser «perreo» y botellón. Nadie quedó indiferente a la amplia representación institucional que respaldó el acto. Para qué negarlo, en estos lugares donde nunca pasa nada, siempre hay un banderín colgado en las calles para dar la bienvenida a dignatarios, nuncios y comisionados. Mereció la pena subirse a la escalera, créanme. Como Hija Adoptiva de La Fuente de San Esteban, municipio que integra la localidad de Muñoz, tardaré en olvidarlo. De poder levantarse Don Julián de sus cenizas, es seguro que diría: ¡Gratias tibi, mi populus! Y es que, a «El Charro», el párroco de Muñoz le enseñó latín.
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