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La verdad de la Navidad no está en esos parques temáticos que venden sus entradas on line. Aunque todo su recinto se eche a arder en un preciosismo de colores y espumillones de fiesta. Aunque sus calles se arrebañen de gentes y en los restaurantes se alcen copas de champán, con un contento eufórico sobrevenido, como si el mundo fuera a echarse a caminar desde el minuto cero de su existencia.
Metidos ya casi como estamos en el segundo cuarto del XXI, a pocos son los que se les antoja buscar en la Noche Buena de los cielos una altísima estrella que anuncie la llegada de un Mesías extremadamente generoso con la humanidad. Una enorme dosis de escepticismo y un plato enrojecido de nécoras, tal vez sea todo lo que se anhela para dar sentido a estas fiestas y desquitarse de penas. ¡Qué lejos parece quedar hoy esa ciudad de Belén donde el ángel sorprendió a los pastores! ¡Qué silenciada y sola la tierra de Jesús por la ignominia del progreso y de la guerra! Aunque nunca sea demasiado tarde para acercarse al gran misterio de la Navidad que queda oculto tras la publicidad de esa otra navidad pagana con aroma a perfume caro y polvorones de Estepa.
Por si acaso les pican la curiosidad y las ganas, yo les propongo un libro. «Barioná, el hijo del trueno» de Jean Paul Sartre: la historia más conmovedora que un escritor del «ateísmo oficial» pudiera regalar a esos tiempos adversos de todo tiempo (la redundancia es deliberada) donde no cabe posibilidad alguna de soñarse en la esperanza de la fe. ¿Quién, de aquellos 15.000 prisioneros que ocupaban los barracones del campo nazi del Stalag 12D (Tréveris, Alemania), hubiera podido creer que la puesta en escena de una obrita de teatro, escrita por un compañero suyo, ateo, iba a dejar «a todos sin respiración»?
Nada fuera de la desesperación y el tedio se preveía que sucediera en aquel campo alemán de la Navidad de 1940. Nada, de no ser por el permiso que se dio a los sacerdotes prisioneros para poder celebrar la Misa del Gallo y un concierto. Sartre, ateo hasta la médula, le da vueltas al asunto y, para sorpresa de todos, se decide a escribir un texto dramático con el que todos pudieran felicitarse por el nacimiento de aquel Niño-Dios en un pobre pesebre de paja. No voy a desvelarles la historia de Barjoná. Sólo comentarles que el propio Sartre interpretó el papel del rey Baltasar. Debió de ser realmente emocionante verlo enfrentarse al incrédulo Barjoná y decirle: «¿Vas a impedir a tus hombres que vayan a adorar al Mesías?». Queridos lectores, únanse en Navidad y Esperanza. Lo necesitamos. El 2025 está ya muy cerca.
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