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La polémica sobre la exposición del cuerpo incorrupto de santa Teresa de Jesús en la basílica de la Anunciación de Alba de Tormes, a rostro descarnado y descubierto, ha sido noticia dentro y fuera de los medios de comunicación. Pero era de esperar. A primer golpe de vista la imagen no dejaba de ser impactante, angustiosa incluso. Quizás porque no sea fácil despegar de los ojos una muerte tan cadavérica como para imaginar el rostro vivo y rellenito de aquella mujer que vino a hacer de su relación con Dios un estilo de vida y de grandeza espiritual, dentro del mundo y de la Iglesia. De ahí que el debate no tardara en abrirse.

Opiniones a favor o en contra, mientras la santa ha sido la única que no ha tenido posibilidad alguna de decir algo al respecto. ¿A quién dar la razón? me he preguntado mientras seguía todo este asunto desde los periódicos, las redes sociales y los paliques de amigos y vecinos. Lo que he podido advertir es que unos y otros se han defendido dejándose llevar espontáneamente por sus propios sentimientos. Nada pues que decir a los que han hecho ascos o emocionado con lágrimas. Lo que finalmente importa es que el espíritu de Teresa de Jesús ande suelto. Que la sombra de la santa venga a aguijonear conciencias y a invitar a mirarse un poco más por dentro. «Mi novia fue ayer a Alba a ver la momia y volvió diciendo que es de lo más grande que le ha pasado en su vida», oigo decir a un chaval de poco más de veinticinco que se está comiendo una redondísima hamburguesa en una terraza. Y antes de darla por finiquitada, soltó una de esas máximas con las que una se queda felizmente perpleja: «No te extrañe, tío. El mundo se ha vuelto asquerosamente terrenal y burocrático, te lo dice el menda». Oír estas cosas en estos tiempos te obligan a pellizcarte por si acaso estás soñando. Me alegra saber que el nombre de la santa se ha colado en las parrafadas de los jóvenes, con sus particulares jergas, cuando probablemente muchos de ellos no supieran quién era Teresa de Jesús hasta que saltó la polémica. No está de más que las sombras de los santos abandonen sus altas moradas y pisen las calles. Si algo le gustó a santa Teresa en vida fue hacer caminos. Yo personalmente la considero la más terrenal de los místicos, la más simpática, la más valiente y, muy especialmente, la más mujer. De ahí el comentario que le hiciera a fray Juan de la Miseria, cuando este terminó el retrato al natural que le hizo: «Dios te perdone, fray Juan, que ya que me pintaste, me has pintado fea y legañosa». A sincera no había quien la ganara. La carmelita descalza no tenía pelos en la lengua.

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lagacetadesalamanca El espíritu de la santa anda suelto