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Hemos despertado al patio primaveral de abril como zombis, y no es de extrañar. Las imágenes de Pedro Sánchez en el interior de los columbarios de Cuelgamuros nos han arrastrado a un escenario del ayer de España tristísimo y lleno de pesimismo. Pensábamos que la cordura política de los que llevaron a cabo la Transición, iba a permitirnos superar las atrocidades de una guerra incivil que a los de mi quinta nos contaron los abuelos, con escuetas palabras para no dolerse en sus recuerdos, sosteniendo las lágrimas para no dejar sin perspectiva a sus nietos. Creíamos que, con la democracia ya avanzada, los unos y los otros iban a compartir vecindades, voluntades e ideologías, sin olisquearse con asco y recelos. Asegurábamos que nunca más en este país existiría la posibilidad de que se alzara en tribuna pública algún otro dictadorzuelo dispuesto a amedrentarnos con soflamas que nos turbarían el sueño. Sí, esto pensábamos, creíamos, asegurábamos, pero… nos equivocamos.

A poco de llegar Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno, ya se barruntaron los primeros síntomas de la hostilidad, al decidirse don José Luis a poner en marcha la (mal)llamada Memoria Democrática. Un sofisma. Pero no fue hasta que Sánchez Pérez-Castejón se aculó en Moncloa, cuando realmente pudimos darnos cuenta del peligro. La ambición de don Pedro por el poder, oculta bajo la máscara, estaba fuera de toda normalidad y pronto quedaron al descubierto su tiranía y sus ganas de confrontación y venganza. Y lo que para unos fue una frustración, para otros fue un drama. No hay más que escuchar lo que dicen muchos de los suyos, que han tenido que huir como gatos escaldados, con su corazón hacia otras siglas. No hay más que oír al de acá y de allá, normalitos, de cualquier condición y oficio, que se ven sometidos por un hombre, simulador de sí mismo, capaz de mandar a España al garete con tal de mantenerse como presidente del Gobierno.

No hay necesidad de leer entre líneas porque está todo bien claro. Echar mano del más lúgubre pasado de nuestra historia para ocultar las enormes sombras que encapotan el presente, es una canallada. A la historia debería volverse sólo para maldecir la piedra con la que entonces tropezamos y apartarla de una patada del camino. Pero el sanchismo se ha convertido en una terrible amenaza. Algo parecido a aquel apocalipsis zombi que reanimaba cadáveres para morder a los vivos. No es de extrañar pues que cada día caminemos más cabizbajos y lentos; cada mañana despertemos más frágiles y desvalidos. ¡Váyase usted al carajo, señor Sánchez! ¡Deje que hermosee la primavera!

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lagacetadesalamanca ¡Al carajo, señor Sánchez!