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Sea por tierra, mar o aire, igual da por dónde vengan las desgracias en este país. Cualquier tragedia de los últimos tiempos siempre acaba siendo manipulada políticamente, para intentar sacar tajada del desastre. Sólo hay que mirar para el Levante español para ver las zapatiestas en que andan vilmente enfangados los púgiles de todo signo, mientras militares y civiles se esfuerzan por limpiar las calles de barro y abrazar cómo buenamente pueden la gigantesca desolación humana.

No hay que ser muy avispado para advertir la enorme brecha que ya se ha abierto entre el pueblo y los dirigentes públicos. Sobrecoge saberse tan marginados de sus principales intereses, tan ninguneados en sus hojas de ruta, tan solos ante las fatalidades. Los cielos enrabietados de la DANA han venido a recordárnoslo. Aunque ahora lo que importa no esté en lamentarse de tener una clase política indigna, cainita y miserable, sino en enviar soporte material y aliento a quienes tanto nos necesitan. Eso y no olvidarnos de salir pronto a la calle para exigir que las ayudas económicas del Gobierno se hagan realmente efectivas y sin demoras de años. Ya está bien de engañar a los damnificados diciéndoles que se les va a dar pasta a mansalva y luego tener que escuchar que no ha llegado una sola perra. Las gentes de la isla de La Palma pueden testificarlo, aunque supieran que, una vez que dejó de vomitar fuego el volcán, por allí no volvería a aparecer un cámara de la televisión sanchista para poder hablar de esas cosas.

«Bueno sería que por una vez la razón socorriera a la autoridad», escribió en su columna GACETA de ayer domingo el profesor Román Álvarez. Aunque mucho me temo que la facultad de discurrir no quepa presumirse en mentes tan subrepticias y sectarias. Todo lo más inteligente es alentar a la tribu amiga a arrear estopa al contrario, sin conmiseración alguna y empuñando firmemente la quijada de burro para abrirle la cabeza, que luego ya vendrá el ocuparse de lo demás. ¡Ay, pobre España, tan enferma de envidia y tan necesitada de dar golpes mortales en la frente para hacerse valer! He descubierto en Google que los restos fósiles de Abel, el hermano de Caín, pudieran corresponderse con unos fragmentos de cráneo encontrados en los yacimientos de Atapuerca. ¡Ya es mala suerte! En momentos tan aciagos lo que menos ayuda es saberse convecino de aquel primer escenario fratricida del mal, donde sólo cabe imaginar el odio y la crueldad. Valencia no necesita más que hombres y mujeres solidarios y de bien que puedan ayudarles a salir del caos. Los que intenten hacerlo con las mañas de Caín, sobran.

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lagacetadesalamanca Los «Caín» sobran