Mi becerrita Jerusalén ha regresado de Belén con el resplandor del Niño-Dios en los ojos, cumplida ya su promesa de atemperar la noche santa del pobre aposento, allí donde estos días el mundo cristiano ha puesto el corazón para renovar su esperanza en los orígenes de su fe. En dos mil y pocos años, el relato sagrado del nacimiento no ha cambiado de escenario, aunque sí las formas públicas de comunicarlo y celebrarlo fuera de sus fronteras. Millones de luces led han incendiado las ciudades para alimentar la fantasía de un mundo que, seamos sinceros, no cree más que lo que ve y lejos está de esperar milagros. Hoy lunes comenzarán a desmontarse los esqueletos del cuento y la realidad nos desnudará de alas para devolvernos al descarnado frío invernal, sin relumbrones ni perendengues. Hasta mi propia becerrita lo sabe. Vi cómo se despidió de los Magos que la trajeron a casa sólo con un ¡múuuuu! muy ancho y agradecido, mientras las carrozas se perdían en el misterioso océano de las constelaciones. Luego hundió sus patas en la paja y dejó caer en la umbría de la encina con murria las orejas. Porque no hay cuento, por feliz que este haya querido escribirse, que no deje un silencio final y una lágrima.
Pero el 2024 bisiesto ya se ha echado a caminar y no hay tiempo que perder. Tenemos muchos frentes abiertos, peligrosísimos y negros como la tizna, que no nos permitirán 'tumbarnos a la bartola'. Aunque esta expresión flaco favor le haga al ilustre nombre donde se acuñó. Bártolo de Sassoferrato fue un italiano de la Baja Edad Media con gran oficio en la cultura del Derecho, que aún hoy es considerado uno de los juristas más influyentes de todos los siglos. Pero, a pesar de sus muchos y grandes trabajos, sus detractores le tacharon de gandul y luego la envidia y el vilipendio de las malas lenguas hicieron el resto y a Bártolo le quitaron la tilde y le colgaron el sambenito de haragán. Cosas que pasan cuando se cierran los ojos a la verdad y nos dejamos llevar como acémilas por fariseos y fatales arrieros.
Está claro que la mentira es pecado de todo tiempo y de toda parte y, cerrado ya el paréntesis navideño, volvemos a sentir las riendas de un ambicioso mulero dispuesto a hacer de los españoles mansa recua, mientras intenta quitarle la virgulilla constitucional a España. No olvidemos que hemos entrado en 2024, año bisiesto, y eso se traduce en un día más de espuela y soga. Fortaleza para el nuevo año, queridos lectores GACETA, y que, por mucho que apriete el amo (Sánchez, ya lo saben), no nos falte aliento para alzar el grito, ni coraje para soltar la coz.