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Leo en nuestro querido periódico que han encontrado a una persona muerta en su domicilio. Suelo leer casi todo lo que aquí se publica y, lo reconozco, paso de puntillas por la mayoría de las noticias. No me llaman, no me llenan, no me importan. Pero ésta ha sido diferente, me ha dado por pensar, me ha llevado a unos sitios de mi cabeza que no suelo visitar y no sé si debo hacerlo.

Porque ahora que la Navidad está a la vuelta de la esquina, que ya tenemos los supermercados saturados de turrones (maldición para un diabético) y un árbol de más de diez metros luce en medio de la Plaza Mayor, justo ahora, en estas fechas de familia, de compartir, de vernos, de juntarnos… Es cuando más sufren las personas que no tienen nadie a su lado.

Y no me entiendas mal, que muchas veces yo conmigo estoy tan contento y tan feliz. La soledad elegida es algo necesario y a disfrutar. No lo es la impuesta. No es sencillo el pasar la vida de espaldas al mundo y que nadie piense en si sigues vivo, si estás bien, si necesitas algo.

Morir en casa y que nadie te eche de menos me parece un síntoma claro de que algo no estamos haciendo bien en esto que llamamos sociedad.

Porque sí, ahora tenemos mensajes, videollamadas, emails, mensajes de voz (algunos demasiado largos)… Tenemos la posibilidad de estar en contacto con gente que vive en otra ciudad, otro país, otro continente… Y nos olvidamos del que tenemos a menos de dos metros. No lo entiendo, me da pena, me da rabia y ojo, que soy el primer culpable.

¿No te parece que el hecho de que alguien muera solo en casa y pasen días hasta que alguien se dé cuenta es un síntoma claro de que estamos fallando como sociedad? Porque a mí sí. Y mucho, y reconozco que pensar en todo esto me está poniendo mal cuerpo, y ahora se supone que tenemos que ir pensando en regalos, amigos, sonrisas, espumillón y todos esos zaleos (palabra muy charra) y vengo yo a tocarte las narices con estas reflexiones tan poco correctas.

Te diría que lo siento, pero no es verdad. Hoy soy tu piedra en el zapato, tu hilo de la camisa, la última cocreta que mira desafiante a los comensales y nadie se atreve a atacar. Ese algo incómodo que sabes que tienes que solucionar, pero no siempre lo haces.

Te lanzo una pregunta, no sé si te va a gustar la respuesta ¿Si le pasa algo malo a tu vecino mañana, tú te enterarías? Dale una vuelta y no me odies mucho.

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lagacetadesalamanca La maldita soledad